LA RAYUELA

Lo que queda pendiente

Somos un país la mar de moderno, pero hay días en que, escuchando o leyendo las noticias, se tiene la sensación de vivir en un país montuno. Esta España, verdadera Jano bifronte, que aúna el culmen de las libertades y los derechos de las minorías con los viejos fantasmas de batallas que otros países libraron hace doscientos años. Las noticias de estas semanas ilustran este aserto.

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Por una parte está la Memoria Histórica de una guerra de hace 70 años de la que sólo son coetáneos el 10% de los ciudadanos y que todavía tiene a algunos familiares desperdigados junto a muros y cunetas. Un país donde el partido que representa a casi la mitad de los votantes no condena con claridad el fascismo y el golpe militar de 1936, niega el derecho a enterrar a los muertos y regatea el derecho a la dignidad y al honor a quienes permanecieron fieles al orden constitucional de la II República.

Por si no era poco, la judicatura monta un show entre jueces y fiscales acerca de cómo proceder para normalizar la situación: enterrar y honrar a los muertos y condenar jurídicamente un golpe de Estado de hace tres generaciones. Una patología social que coloca a la tan cacareada 8ª potencia económica mundial lejos de la normalidad democrática.

Un país en el que la práctica médica realizada para poder curar a un niño con el cordón umbilical de su hermano es condenada radicalmente por la jerarquía eclesiástica sin más razones que la obediencia ciega al dogma. Un país que solía matar a los ilustrados al grito de «vivan las caenas», que se complacía con consignas como la de «que investiguen ellos», y que ahora, cuando comienza a apostar por la investigación, hay quienes mandan al fuego eterno a médicos e investigadores, incluso a los padres que sólo defienden, con coherencia ética, el derecho a la vida de sus hijos. Faltaría más: esta es la España cañí.

Un país que permite conculcar las leyes del Estado a sus Comunidades Autónomas con recochineo, cómo está haciendo el Sr. Camps con la asignatura Educación para la Ciudadanía, transformada en Education for Citizenship and Human Rights. El esperpento y la farsa vuelven al ruedo ibérico con música de ninot y falleras. ¿Cuánto despropósito y cinismo, qué desprecio a los derechos de los ciudadanos!

Y esto sin hablar del descrédito y confusión que crean en la comunidad educativa, en los alumnos, en los docentes (a los que amenazan) y en las familias. La sociedad asiste impávida a este bochornoso espectáculo de sainete y pandereta sin decir ¿basta! Ellos se sienten legitimados por un reducido coro de prelados, jueces y periodistas nostálgicos de los viejos tiempos.

Un país en el que cuando un padre que ha visto morir a su hija a manos de un pederasta asesino que estaba libre por la negligencia o los errores del juez y la secretaria de un juzgado, les pide públicamente que, por lo menos, pidan perdón, éstos aseguren -sin que les tiemble la voz- que no se sienten culpables de nada y, arropados corporativamente, amenacen al Ejecutivo por atreverse a criticar al Poder Judicial.

También hay un ex presidente que ve comunistas disfrazados de ecologistas, mientras los últimos comunistas descubren el ataque a la monarquía como nuevo motor de la lucha de clases. De locos.