TRIBUNA

It's only love

Mi infancia transcurrió entre libros. Y mi adolescencia. Y mi juventud... Y también mi cotidiano acontecer, porque tantas lecturas, tanto aprendizaje a pie de página, tanta devoción literaria, me llevaron a convertirme, primero en profesor, y más tarde, en el escritor que ahora soy. Mi padre me enseñó a disfrutar de su biblioteca desde que era niño, y con él y con el resto de mi numerosa familia -tuve la ventaja de ser el benjamín-, fui creciendo al hilo sobre todo de cuentos y novelas que crearon en mí un irrenunciable hábito lector.

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Lo que en verdad resultó más costoso fue pasar por el aro de la poesía. Aun a sabiendas de que tenía un papá y un tío poetas, aquellas líneas entrecortadas, sin aparente ilazón, sostenidas en su mayoría por composiciones de porte desigual, y envueltas, eso sí, en volúmenes de corte menos grueso de lo acostumbrado, se me resistían en cuanto a comprensión y emoción. Me aconsejaron tener paciencia y cumplir años, mas mi tenaz insistencia, mi primera novia/ex-novia, Pedro Salinas y el descubrimiento del It´s only love de los Beatles, me abrieron el corazón y las vías líricas que aún hoy me fluyen por los adentros.

Entonces, me di cuenta de que tenía una extensa hilera de baldas sin explorar y que los libros que allí se apiñaban mantenían un estricto orden cronológico. La poesía ocupaba -y ocupa-, un lugar de honor en el despacho paterno, y con ansiedad amatoria e imprudencia lectora, me abalancé sobre aquel inmenso legado lírico. Como suele ocurrir, la temática amorosa fue la que más llamó mi atención, y así, acabé reviviendo las andanzas del Arcipreste de Hita, la pasión de Garcilaso y Fernando de Herrera, el enamorado barroquismo de Góngora y Quevedo, los devaneos de Lope, el alma romántica de Bécquer y Espronceda, las galanterías de Campoamor, los modernismos de Rubén Darío y Machado, Juan Ramón, la sensual y erótica calidez del 27 .

Si traigo a colación este baúl de antiguos recuerdos poéticos, es porque la misteriosa impronta que rodea al amor, desde su perspectiva más espiritual o su lado más químico, me asaltó de nuevo días atrás, después de recibir de forma sucesiva -y cronológica-, tres libros de temperatura altamente afectiva, y de autores nacidos, respectivamente, en los siglos XVIII, XIX y XX.

Inédito hasta 1922, Amor y vejez, de Francois-René de Chateaubriand (1768-1848) -publicado recientemente por Acantilado-, narra en primera persona cómo con más de sesenta años y un amplio historial donjuanesco a sus espaldas, el escritor galo decidió rechazar a la joven que cándidamente se le ofrecía: («¿Oh¿, no, no, no vengas a tentarme más ( ) ¿Es mi mano lo bastante ligera para acariciar esta rubia melena? ( ) Has despertado el instinto que me atormentó de joven, has renovado mis viejos sufrimientos»). Y en apenas doce páginas, el buen vizconde, en un ejercicio de atormentada sinceridad, da fe de una de las más bellas reflexiones sobre la patología del amor y sus delirantes consecuencias: «Me creé un fantasma de mujer al que adorar ( ) Luego vinieron los amores reales con los que no alcancé nunca la felicidad imaginaria», anota en su alegato final.

Dentro del trienio -2006-2008- dedicado a Juan Ramón y Zenobia, se enmarca la edición de Poesía en prosa y verso (1902-1932), que escogiera para los niños Zenobia Camprubí. Con su acostumbrado buen hacer, Carmen Hernández Pinzón incluía en él, un bello tríptico con textos de Baladas para después (1911), ya recogidos en la edición de Espasa del año 2005. Uno de ellos, La imajen del amor, nos devuelve la mejor ternura del poeta moguereño: «No me quieres ya no importa Tu amor me dejó la imajen de la belleza consoladora, y esta imajen torna a mí siempre que quiero, es fiel evocación de mis sentidos y el anhelo de mi alma». Su prosa, no le hace perder su magistral aroma endecasilábico, ni su grácil lirismo: «Te tengo aprisionada en la memoria, que es cárcel bien guardada de mi amor».

Buen conocedor también del género amatorio, se nos muestra Jesús Munárriz en Sólo amor, una encendida antología que Bartlebly Editores ha dado a la luz en estas propicias fechas veraniegas. Celebración y conquista, seducción juvenil y vehemente madurez, verbo mesurado, verso ardiente , se aúnan en estas gratísimas páginas, donde el escritor donostiarra-madrileño da cuenta de tantos años velando las fieles armas del corazón: «Te destapas durmiendo y te contemplo/desnuda, sugerente, acogedora,/tentación inocente, natural/puerto de mi cariño./No voy a despertarte/pero te lo mereces». Y a medida que nos sumergimos en esta aventura sentimental e indivisible, descubrimos cómo van aventándose la memoria y el presente, cómo ascienden hasta su cima, hasta tornarse instante sublime: «Ni tú ni yo. Sólo amor. Sólo amor./Superándose siempre, superándose/en ti y en mí, en nosotros, en este/infinito segundo en que estallamos».

Amor, en suma, creador de las más hermosas y dolientes pasiones humanas. Esencia, abismo, existencial dialéctica, infinito fuego de tantos siglos idos y venideros En verdad, «quien lo probó, lo sabe», amigo Lope.