UNA FÁBULA

Cádiz y la moral en los videojuegos

Imaginen un videojuego. El monitor encendido, los cables de los mandos bien ajustados, la persiana bajada, el contraste justo. La introducción explica que la misión es fundar una civilización y ofrece múltiples opciones según la pericia del jugador. Los expertos aspiran a levantar un imperio en el desierto del Gobi y los novatos se conforman con Roma.

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O con Cádiz. Si la vida fuera un videojuego (en fin), la provincia gaditana saldría entre los territorios más afortunados del planeta virtual. Las ventajas de este rincón son más que obvias y no hace falta pixelarlas en una pantalla de videoconsola, sino recurrir a esa historia de 30 siglos que suma la zona y que arrojan un saldo de 28 siglos de prosperidad y dos de soledad.

Quedan pocos meses para ese Bicentenario (prueben a hablar durante una hora sin mencionar el 1812 ni la crisis económica y sentirán un enorme alivio) y se rememoran tanto las libertades, las constituciones, las grandezas y otras lindezas que nadie recuerda que aquel 19 de marzo lo que realmente se firmó en Cádiz fue el fin de fiesta a 2.800 años de riqueza. Se lanzaron los fuegos artificiales (es un decir, obviamente) y adiós. A limpiar se quedaron los de siempre y desde entonces somos los más simpáticos... pero de eso no se come (algunos del Carnaval, quizás). La realidad es un paro de 130.000 gaditanos, la industria subsidiada, el turismo estacional, el campo y la pesca de postal o en negro, las empresas ahogadas por todo lo anterior y la mayor tasa de funcionarios por habitante de España...

A todo esto no se llega por mala suerte ni por maldiciones de realismo mágico (como aquello de las estirpes condenadas a 100 años de soledad). Los videojuegos dan bastante prioridad a un factor de ésos intangibles pero que lo explican todo: la moral. Las ganas, el interés, la mentalidad. La simpatía es otra cosa. Los videojuegos no entienden de sentimientos. Como la realidad.