MAR ADENTRO

Asustaverdes

Resulta paradójico que los asustaviejas, una especie en vías de extinción tras el fiasco de la burbuja inmobiliaria, sobrevivan en la capital gaditana presionando a la organización ecologista más veterana de la provincia, la Asociación para el Estudio y Defensa de la Naturaleza (AGADEN), atrincherada en los bajos de la Casa del Almirante, que va camino de convertirse en un hotel de postín en un barrio en auge pero de los que siguen llegando difícilmente a fin de mes.

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Ignoro la edad media de sus militantes, pero en vez de ancianitos pusilánimes que fueron las principales víctimas de estos vampiros de las rehabilitaciones, ahora se han topado con un sinfín de tardojipis, con más moral que el Guerra y el Alcoyano juntos que si llevan treinta años resistiendo a los malhechores del Medio Ambiente no van a arredrarse por quienes quieren ponerlos ahora de patitas en la calle. Ya han dado la voz de alarma contra los asustaverdes: en la misma ciudad en la que un quiosco de hierro nos ha mangado la vista de La Caleta desde los bajos de Hollywood y en donde pretenden privatizarse los atardeceres, las panorámicas e incluso la lengua de tierra de Cortadura, no sólo los conservacionistas podrían quedarse en cueros vivos y sin local de reuniones sino que la ciudad entera se quedaría, por ejemplo, sin Pangea, algo más que una tienda artesanal inteligentemente rehabilitada: se trata de una modesta galería de arte en donde exhiben sus trabajos regularmente artistas en ciernes que no podían aspirar a colgar sus piezas en salas más ilustres y profesionales de estas mismas lindes.

La empresa Aguilas S.A. construye el hotel de lujo tras comprar hace tres años el inmueble donde tuvieron su sede durante la transición sus antípodas de la CNT, el PSP, el Centro de Cultura Popular Andaluza y Juan José Gelos. Dicha adquisición nunca le fue notificada por escrito a Agaden, sin que hasta un trimestre más tarde dicha organización supiera dónde ingresar el arrendamiento correspondiente a sus dos locales. Cuando se regularizó la situación, no hubo problema alguno en que los ecologistas siguieran a bordo a pesar de los trabajos y a pesar de que ellos mismos se ofrecieron a pactar el desalojo. Poco después, les cortaron el agua y al día de hoy siguen sin reponerle el suministro. Pero, para colmo, las obras provocaron inundaciones que dañaron el sistema eléctrico hasta el punto que tuvieron que dar clases de danzas de vientre a la luz de las velas. Ahora, viven en una mansión desencantada, acosados por cascotes y puntales, mientras se entrecruzan cartas de desamor con la empresa, en forma de denuncias judiciales.

No se oponen al hotel, pero se niegan a quedarse sin techo. Pero ese Cádiz tan desleal consigo mismo todo lo aguanta y todo le resbala, en espera del maná del segundo puente o del espejismo del aparcamiento de Canalejas. Así que la ciudad toda lo mismo se irá dejando hacer sin mover un dedo hasta que el día menos pensado alguien se decida a crear, de buenas a primeras, un centro comercial bajo el magnífico artesonado modernista del Casino Gaditano, a convertir el Gran Teatro Falla en un confortable parking o ir arrendando las Puertas de Tierra bajo la gaditanísima forma de los partiditos. En verdad-verdad, sería cuestión de que todos nos fuéramos asustando.