VUELTA DE HOJA

Reconocimiento póstumo

No sé cómo se le ha escapado al juez Garzón lo del zar Nicolás II, su mujer y sus encantadores hijos. Le hu-biera dado un juego enorme, pero se le ha adelantado el Tribunal Supremo de Rusia al ratificar el fallo dictado por la Fiscalía General al reconocer que la familia imperial fue víctima de los bolcheviques. Más vale tarde que nunca, aunque siempre ha habido gente que prefiere nunca que tarde. El último Zar, su esposa Alejandra y sus cinco niños pasaron a peor vida por culpa de «un puñado de delincuentes comunes». No hay prueba alguna, nos dicen, de que el magnicidio fuera la ejecución de una sentencia por motivos políticos.

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En vista de que existen pocas probabilidades de remover aquellos insignes difuntos, ya que la Memoria Histórica también sufre la enfermedad de Alzheimer, se le ha remitido al infatigable juez Garzón el caso del joven Manuel García Caparrós, para que investigue a fondo. El chico, que tenía 19 años, murió el 4 de diciembre de 1977. Al día siguiente escribí un artículo hablando de «asesinato». Siempre he procurado, con variable fortuna, aplicar bien las palabras. Asesinar es «matar alevosamente». Me quisieron buscar un lío, ignorando que siempre me los he buscado yo sólo. Un furibundo periódico pidió que me encarcelaran. Mi artículo era muy literario. El muchacho se llamaba como yo, era paisano mío y murió en una calle por la que yo había paseado mucho cuando tenía su edad. En fin, eso es una historia antigua, y no quiero desviarme.

¿Por qué nos ha entrado la manía de remover calaveras? No se sabe con certeza quién mató a Manuel. En las algaradas siempre se necesita un muerto. Me extraña que el juez Garzón, que tiene tiempo para todo, no investigue a Alauco, Ditalcón y Minuro, que fueron los culpables de la muerte de Viriato. Eran unos miserables. Lo hicieron por dinero.