CRÍTICA DE TV

'Pekín'

El siglo XIX nos dejó, entre otros fantásticos lujos, el de viajar desde Europa hasta Asia en un cómodo (en fin ) ferrocarril: el Transiberiano, cuyas obras comenzaron allá por 1890. Junto con el Orient Express, que hacia las mismas fechas unió París con Estambul, ambas vías dieron forma al sueño moderno de unir la gran masa eurasiática igual que los americanos habían unido sus costas con el transcontinental. Ahora en Cuatro se les ha ocurrido convertir ese sueño en juego: se llama Pekín express, lo conduce Paula Vázquez y desde hace algunas semanas viene ocupando la noche de los domingos (con repetición la tarde de los sábados). La cosa está muy bien pensada: diez parejas de concursantes han de arreglárselas para llegar a Pekín con un euro al día; los más lentos de cada etapa van quedando eliminados; además, el programa añade al reto una serie de recursos como los de los juegos de mesa, con cartas secretas, pruebas inesperadas, etc. Como reality-show, está francamente bien pensado. La otra noche los podíamos ver haciendo autostop en los Urales.

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El último incidente al respecto -animado por la propia cadena en la web de Pekín Express- afecta a una de las parejas concursantes, dos homosexuales de Sevilla. Así titulaba Cuatro: "Juanan y Tony, ¿despreciados por su condición sexual?". Porque uno de los dos lo decía abiertamente a la cámara: sospecha que los rusos no le cogen en autostop porque es gay. Pero, ¿y cómo, cuándo, dónde, por qué? Póngase usted en el lugar del conductor: circula usted a cien por hora y de repente, a lo lejos, alguien le hace gestos. ¿Cómo es posible adivinar que ese sujeto que hace señales en la carretera es homosexual? ¿Acaso el muchacho exhibe una pancarta que reza en alfabeto cirílico "Ostento una condición sexual alternativa"? Más modestamente, ¿se ha impreso en la frente el cartel "soy gay", o anda vestido de Priscila, reina del desierto, por esas carreteras de la Santa Madre Rusia? No, nada de eso. La sufrida víctima decía que, al hablar con los conductores que se detenían, éstos percibían la alteridad. Ahora póngase usted de nuevo en el lugar de alguien de lengua, cultura, usos y costumbres ajenos a los propios, y resuelva si es fácil identificar semejante rasgo en un extranjero carente de signos distintivos.