ANÁLISIS

El color del cielo

Cuando la meca del cine se instaló en el sur de California pa-ra asegurarse los días de rodaje bajo el sol, el pacto no escrito obligaba a la fábrica de estrellas a ir rellenando el firmamento. Hollywood ha cumplido su parte creando figuras más o menos refulgentes que con sus destellos alumbran nuestros sueños de cinéfilos. Pero la última que acaba de colocar, la de Paul Newman, da color al cielo entero. Con mas de 65 películas en 50 años largos de carrera, el guapo candoroso, el simpático sin artificio, el intelectual llano, armonizó el ideal de actor cinematográfico que mantuvo el atractivo para la cámara y los espectadores hasta sus últimos días. Compañero en el mítico Actor's Studio de James Dean, Steve McQueen y Marlon Brando, era, sin duda, el último de los que llenaban por sí mismos toda la gran pantalla.

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Desde su primer gran papel en Marcado por el odio de Robert Wise hasta su última aparición en Camino de perdición, Newman ha puesto rostro a los mejores gansters, pero también a chicos del oeste y a hombres eternamente deseados con pareja de primera línea. Frente a Elisabeth Taylor en La gata sobre el tejado de zinc, ya dejó claramente dicho quién era el primer galán en el año 58.

Para muchos será el mejor pícaro tranquilo en papeles como el del El golpe, con Robert Redford, o el El color del dinero, junto a Tom Cruise y que le valió finalmente un Oscar. Colega de los chicos, amante irresistible de las mujeres, Paul Newman nos convencía en toda la gama de personajes, siempre con el rostro tranquilo y los ojos de irresistible magnetismo.

Pudo ser como tantos otros un juguete roto de fama asegurada, pero estábamos ante un actor de calculado trabajo, que sabía convertir el mayor esfuerzo ante la cámara en algo natural y sencillo: su buen humor parecía llegar sin esfuerzo, su severidad sin poner una mala cara forzada, su atractivo no requería artificios. Era parte don natural y gran parte un serio esfuerzo intelectual como estudioso de su oficio, desde los primeros días del teatro y la Universidad de Yale.

Sempiterno bromista, casado con una apasionada de las artes como es la actriz Joanne Woodward, llegó a bromear con su epitafio: «Aquí yace Paul Newman, al fallarle los ojos volviéndose marrones». Ya eterno azul en el celuloide, le echarán de menos el cine, las causas solidarias, las políticas a las que se entregó y los co-ches de carreras que fueron su pasión. Adiós Paul Newman, que nos llenas el cielo.