Cultura

Una comida con Arzak

Conocí a Pedro Masó en una comida en el restaurante Arzak de San Sebastián, pagada por una cadena de televisión que había hecho un remake de La gran familia, la tierna película de las Navidades en la que se perdía Chencho y le buscaba su abuelo, Pepe Isbert. Al lado de los ejecutivos y de los periodistas, él se las daba de estrella histórica, no sin razón en aquel caso, pues él había ejercido de guionista en la versión original del filme.

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Se sentó a mi izquierda, me agarró de la espalda y a mí no me quedó otra que sonreírle. Por qué no. La perspectiva del banquete invitaba a ello. Yo no sabía gran cosa de su trayectoria, pero él se encargó de ponerme al día en un par de minutos, recitándome de un tirón sus hazañas. Marsó, un tipo afable al que se perdonaba enseguida su pose fanfarrona, no andaba flojo de autoestima. Me contó cómo había empezado de recadista y había subido por todo el escalafón cinematográfico. Detrás de cada éxito del audiovisual español estaba su menuda figura. Con Segunda enseñanza se había adelantado al boom de las series hispanas, y había descubierto a actrices como Maribel Verdú.

Los platos de Arzak se iban sucediendo, pero él, con su hablar castizo, le insistía a la camarera en que le trajeran cocochas. «¿En San Sebastián se comen cocochas!», bramaba, mientras los demás desgutábamos una carne que se deshacía en la boca y estallaba en sabores como una palmera de fuegos artificiales.