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Crisis e inmigración

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La crisis y el desempleo que ha ido generando en nuestro país, especialmente en la construcción, los servicios o la agricultura, han hecho que demasiadas miradas incisivas se dirijan hacia los inmigrantes.

El plan de retorno previsto por el Gobierno primero, las declaraciones del ministro Corbacho anunciando la suspensión de los contratos en origen después y, ayer, las manifestaciones de Rajoy refiriéndose a los 180.000 extranjeros que cobran seguro de desempleo en nuestro país mientras 20.000 andaluces se interesan por trasladarse a la vendimia francesa, han contribuido a establecer un nexo demasiado estrecho y socialmente peligroso entre las dificultades económicas que atraviesa el país y el cuestionamiento de la presencia de los inmigrantes.

Las razones económicas que, en última instancia, se empleaban a favor del incremento del contingente migratorio parecen haberse vuelto del revés cuando ya la propia sociedad española ha cambiado sustancialmente y resulta injusto y cruel trazar una línea de separación entre autóctonos y foráneos. Si hay tantos extranjeros percibiendo la cobertura de desempleo es porque se han hecho acreedores a ello. Si hay españoles dispuestos a trasladarse como temporeros a otro país europeo no es porque hayan sido expulsados del agro español debido a la afluencia de inmigrantes.

De igual manera que la eficacia del plan de retorno resulta más que dudosa, el propio Gobierno parece haber comprendido que no tiene sentido acabar drásticamente con la contratación en origen.

La política española ha carecido de una postura unitaria en materia de inmigración durante los años en la que ésta fue incrementándose. Pero ahora que los dos grandes partidos, PSOE y PP, parecen haber acortado sus distancias en el tema resulta exigible que mantengan el máximo rigor y la mayor de las prudencias al manejar juntas las palabras crisis e inmigración.