Un joven abandona la zona con sus pertenencias a cuestas. / AP
MUNDO

El huracán 'Gustav' revive la peor pesadilla de Nueva Orleans

La próxima llegada del tifón desaloja una ciudad que aún sufre los efectos del 'Katrina'

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Sólo los fantasmas del Katrina paseaban ayer por las calles de Nueva Orleáns. Costó tres años de sudor y lágrimas repoblar la ciudad devastada por el monstruoso huracán. El gobierno no es el único que ha aprendido las lecciones del Katrina, su pesadilla espantó ayer a la población como alma que lleva el diablo.

El tren llevaba a Memphis. Los autobuses no se sabía a dónde. A cualquier albergue del estado de Louisiana o alrededores, pero aun así miles de personas que no tenían coche ni vecinos que les adoptaran hacían cola en las 17 paradas instaladas por la ciudad. Los demás cargaban cuanto podían en sus coches.

«Será la madre de todas las tormentas», advirtió el sábado el alcalde Ray Nagin, que fuera ampliamente criticado hace tres años por no evacuar la ciudad a tiempo. «Esto no es una prueba, sino lo de verdad. No creo que hayamos visto nada igual en nuestras vidas».

A nadie se le escapaba que Nagin dramatizaba cuanto podía para asegurarse de que todos captaran el mensaje de evacuación forzosa. Cerca de dos mil efectivos de la Guardia Nacional patrullaban ayer los barrios en busca de los remolones que habían decidido desoír la llamada, pero legalmente el Ejército no podía desalojarlos de sus casas. Tan sólo detenerlos en las calles, una vez que entrase en vigor el toque de queda. «Si os quedáis en casa será mejor que tengáis a mano un hacha para salir por el tejado», advirtió el alcalde. Siete mil efectivos se habían desplegado por todo el estado, y el gobernador Bobby Jindal había solicitado 16.000 más a los estados vecinos.

Algunos le desafiaron. Como los supervivientes de Katrina, se escondieron en los sótanos cuando el Ejército tocó a la puerta y oteó por las ventanas. Se abastecieron de alimentos y se dispusieron a beber hasta el agua de las cisternas para sobrevivir, como hace tres años. «El que se quedé estará por su cuenta», insistió el alcalde. «No habrá albergues, no se repartirán alimentos, ni agua potable».

En Bourbon Street, donde en 2005 algunos bares siguieron sirviendo cervezas calientes mientras los cadáveres flotaban en las calles, las ventanas tapiadas ofrecían ayer mensajes estremecedores: Live (Vive), decía uno en la calle Royal. 'Leave' (Vete), aconsejaba otro en la esquina de Toulouse.

Resignados

En la puerta del Café Maspero, uno de los pocos que se resistía, dos viejos bohemios deprimidos se resignaban lentamente al destino del refugiado frente a las cámaras de CNN: «Vivo con un anciano que no acepta marcharse, y en conciencia no debo dejarlo atrás, pero de verdad que esta vez no tengo la energía de volver a pasar por lo del Katrina», decía Lewis. «Sí, yo tampoco, pensaba quedarme pero estoy empezando a cambiar de opinión», le secundaba Espy.

Todos los carriles de la autopista salían de la ciudad para facilitar el flujo. El aeropuerto cerró a las 6 de la tarde de ayer. El gobierno se mudó a la vecina Baton Rouge. Apenas las Humvees del Ejército circulaban por las calles.

Los meteorólogos preveían que Gustav tocaría tierra en alguna parte de Louisiana o Texas al mediodía de hoy, hora local, dejando esta vez a la ciudad castigada por Katrina del lado derecho del huracán, el más peligroso. Se calculaba que las aguas subirían entre tres y cuatro metros de altura, azotadas por vientos de hasta 130 millas por hora, con una extensión de 400 millas de ancho, semejante a todo el estado de Louisiana. Pero no era sólo el impacto en tierra lo que se temía, precedido por una serie de tornados que debían empezar anoche mismo, sino las inundaciones que provocarían las descargas de agua. Las autoridades sólo han invertido 2.000 de los 13.000 millones de dólares presupuestados para reforzar los viejos diques que contienen al lago Pontchartrain, en una titánica tarea que se había previsto terminar para el 2011.

Con todo, aseguran que el trabajo por acabar sólo sería necesario ante una tormenta perfecta que tiene un 1% de posibilidades. ¿Será ésta la ocasión maldita? «Créeme, no vas poder protegerte de lo que la naturaleza está a punto de enviar», insistía Aaron Broussard, presidente de la parroquia de Jefferson devastada hace tres años. «Nunca en nuestra historia hemos tenido una evacuación forzosa como ésta».