DE LA CÁRCEL AL RING. Al tailandés Amnat Ruenroeng le han reducido tres años la condena tras competir en Pekín. / AFP
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Al cine con guantes de boxeo

El ring olímpico es una caja repleta de historias personales como las que han llenado la gran pantalla

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Mohammed Ali, antes Cassius Clay, convirtió el boxeo en una reivindicación social para los afroamericanos. Abrirse camino a golpes contra el racismo. El ring, cuadriculado, es una caja única donde cabe un deporte tan brutal como noble y también las mil historias escondidas en los guantes. Eso lo ha sabido siempre el cine. Buen testigo. ¿Dónde están las grandes películas sobre fútbol, atletismo o natación? Paul Newman, Kirk Douglas, De Niro, Bogart, Stallone y Bruce Willis han sido boxeadores. Desde 'Fat City' a 'Toro salvaje', 'Rocky o 'Million Dollar Baby'. Con guantes o sin ellos, como John Wayne en 'El hombre tranquilo', a tortas en la vieja Irlanda. Historias de puñetazos. De perdedores, de la cuenta atrás sobre una lona punteada de sangre. De ojos sin vista que siguen mirando al rival.

«La magia de arriesgarlo todo por un sueño que sólo tú puedes ver». Este pedazo de diálogo de Morgan Freeman en 'Million Dollar Baby' merecería un Oscar a la mejor frase. Pero esa categoría no existe. Pena. Resume tantas biografías del ring. ¿Qué puede hacer un chaval de Brooklyn, de apenas 60 kilos, de nombre Sadam (como Husein) y de padres venidos desde Yemen en mitad de un barrio negro de Nueva York y en plena histeria antimusulmana por los atentados de las Torres Gemelas? Salir a golpes. Sadam Ali es boxeador. El primer árabe-americano que sube a un cuadrilátero olímpico. Con sus guantes rompió el molde. Pacifista, aplicado en la escuela. Y con la bandera estadounidense en el pecho. Sadam con barras y estrellas. En los Juegos de Pekín sólo duró un combate. Le tumbó un georgiano. Sadam lloró por su país, el del cine americano.

Guiones de gloria y de desagüe. De campeones y de tipos que sacan la cabeza a ras de alcantarilla. Como Amnat Ruenroeng, púgil tailandés. Residente en el 'Bangkok Hilton'. Así llaman a la cárcel allí. Buena trama: es el benjamín de nueve hermanos, de una familia que vivía de los cerdos. Le dio por el deporte de la calle, el king boxing. Y le daba bien. Un crío con pegada. Peleas y apuestas. Dinero y drogas. A los nueve años ingresó por primera vez en la cárcel. Cuando salía entraba en la droga, la reja farmacológica. El día que murió su padre ni se enteró. Estaba 'colgado'. No pudo honrarle. Y arrastra ese deshonor. A los 16 le cayeron diez años de prisión. Llevaba 2.000 anfetaminas encima. Traficaba para consumir. Se consumía. Hasta que la prisión le metió en la caja mágica: el ring.

«Yo no tengo nada que perder». Eso le dijo Ruenroeng a su primer entrenador en la cárcel. Lo mismo podría haberle dicho la 'boxeadora' Hillary Swank a Clint Eastwood en 'Million Dollar Baby'. Sueños que sólo ellos pueden ver. «Con el boxeo comencé a vivir», asegura el tailandés olímpico. Así logró el permiso para viajar a Pekín. Cayó eliminado. No luchará por las medallas. Aunque su premio le espera en casa: le han recortado tres años la pena y, si no toca las drogas, no volverá a mirar tras las rejas.

Turquestán

Ruenroeng soñaba con huir hacia Pekín. Su fuga autorizada. A los púgiles chinos del Turquestán no les han dado opción. Allá, tan lejos de la capital, el Ejército impone la ley. Los ciudadanos ni siquiera hablan chino. Ni son comunistas. Tienen sus raíces en el mundo musulmán. Y son de sangre caliente. Buenos boxeadores. El Gobierno de Pekín saca 'halteras' de Cantón y púgiles del Turquestán chino. Aunque sean independentistas y escondan grupos armados rebeldes. A Silamu Hanati, medallista en estos Juegos, no le dejaron elegir. Vino solo, con sus compañeros de guantes. Cuando las autoridades de su región solicitaron entradas, recibieron una negativa del Gobierno. No eran bienvenidos. Sólo los boxeadores.

A Mansu Boonjumnong, en cambio, le llamó el rey de Tailandia nada más ganar el oro. Lo mismo pasó hace cuatro años. Cuando logró el título en los Juegos griegos, a su hija le puso de nombre 'Atenas'. Y vino a China para ponerle 'Beijing' al hijo que espera. Ha cumplido. Pero sólo en eso. En el resto, su vida ha sido un desastre. La Prensa china le califica así: 'El playboy reformado'. Tras colgarse el oro en Atenas, dilapidó su fortuna. Derrochó medio millón de euros entre mujeres, alcohol y la ruleta. Tuvieron que rescatarle del sumidero. La alcantarilla otra vez. Su única salida era el ring. Lo llevaron a Cuba y Vietnam, a campos de entrenamiento, y le recordaron que esperaba un hijo que aún no tenía nombre. Ahora sí. Otro guión para el ring. Del cine de oro.