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La amargura de una medalla

España cae en la gran final ante una defensiva Alemania, que marcó y supo administrar muy bien sus recursos

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Todo lo que hace Alemania lo hace igual. Para qué cambiar si les va bien. Al hockey juegan igual que al fútbol. Nada de estilismos y filigranas. El deporte es la victoria y da igual cómo se consiga.

Por algo siempre, o casi siempre, está ahí. Ayer, con un juego arcaico, primitivo incluso, rácano a más no poder se llevó el oro ante una España menos vistosa que en otras ocasiones. La mejor defensa del mundo ganó al conjunto que más apuesta por el espectáculo, impotente en el segundo cajón del podio, llorando resignada ante la ayuda divina concedida a los germanos. Duele la plata, confiesa Maurits Hendriks, que siempre ha mordido oro en una cita de esta magnitud. Duele y más si te llega de esta forma.

Durante todo su periplo como seleccionador nacional sólo dos veces se ha quedado sin marcar y ha tenido que ser precisamente en estos Juegos cuando su equipo han tenido la pólvora mojada. Cinco tantos de 36 intentos hablan por sí solos. Por contra, se había mostrado bien en defensa y sólo había provocado trece en los seis primeros encuentros, dos de ellos culminados con el gol del oponente.

En la final no apareció ninguno de los integrantes de la tripleta ofensiva del combinado español. Ni Freixa, ni Tubau, ni Amat. Por ahí se fue el partido, no hay mayor lectura que esa. Básicamente, porque no sorprendió a nadie el planteamiento de Alemania, matriculado en el arte de la defensa. Siempre tres tipos encima de los hombres más desequilibrantes, desesperados ante las artimañas del campeón del mundo.

Ni la magia de Freixa, ni la chispa de Tubau ni el talento de Pol Amat, recuperado para la causa pese a su lesión en el tobillo. Nada, agua. Poco intimidaron la meta de Weinhold y cuando llegaron el meta fue impenetrable. Cierto que a España no se le adivinó la misma frescura que en la semifinal, en donde tiró de empuje para remontar a Australia. Por ganas no fue, pero faltó algo más, un plus necesario siempre para destrozar el embudo alemán. Si entras en su juego, estás muerto. Y así murió España, a las puertas de un oro que se llevó curiosamente el más tacaño. Al más puro estilo alemán.