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En manos de los partidos políticos

La indigestión ideológica impide la permeabilidad de los partidos políticos a la hora de absorber ideas nuevas. La sociedad española necesitaría confiar más en sus partidos políticos pero no se lo ponen fácil. Si es innegable la contribución de los políticos al bien común, no es menos cierto que el espectáculo de la política no siempre es ejemplar. Eso desprestigia a los partidos políticos, incluso en forma desmesurada, porque no aparecen como instrumentos fundamentales en la vida pública.

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Como suele decirse, si el partido político es un conjunto de compromisos, un partido bien organizado y bien dirigido sabe como establecer compromisos dentro de los mayores intereses posibles. La alternativa al compromiso es la inacción en el mejor de los casos y en el peor la generalización del conflicto, interior o exterior.

Desde luego, la función de los partidos no es la beneficencia: representan intereses, pero también valores. La confrontación política apela en ocasiones a instintos oscuros y a reflejos de la masa. Aún así, una sociedad cohesiva y sedimentada consigue que, por refracción, los partidos sigan el cauce oportuno.

Dick Morris, el mejor estratega de Bill Clinton, recalca que hoy en día un político no tan solo necesita apoyo público para ganar las elecciones: también lo necesita para gobernar. Es por eso que, en el mejor de los casos, el liderato es una tensión dinámica entre la meta a la que un político cree que su país debe aspirar y la meta a la que sus electores desean llegar.

Un descrédito expansivo de la política acabaría por negarnos el derecho a acudir a la plaza pública para hablar de lo que nos ocurre. A pesar de todo, la política importa. Lo contraproducente del hiperactivismo político es que en la vida hay otras cosas además de la política.

Desafortunadamente, en la mayoría de países occidentales, la política pasa por una fase de descrédito, y no tan solo porque hayan aparecido nuevos populismos demagógicos. Llegan en muy mala hora porque las democracias occidentales están bajo presión notoria al tener que afrontar nuevos desafíos de gran peso como son el terrorismo, las mutaciones demográficas o inmigración. Es en tales condiciones los gobiernos tienen que proteger a las sociedades de nuevos peligros, renovar el Estado de bienestar y dar fluidez a la inmigración sin generar una guerra cultural.