EN ACCIÓN. A la clase de 'stripdance' se acude con tacones y zapatillas, ropa ceñida, pelo suelto y algún que otro complemento del que irse desprendiendo. / VICENS GIMÉNEZ
Mujeres de todas las edades y algunos hombres se apuntan a la última tendencia en los gimnasios: el 'stripdance', mezcla de aerobic y movimientos propios de 'striptease'

Sudar puede ser sexy

«¿Tócate! ¿Nadie va a tocarte mejor que tú!». Exclama a través del micrófono la monitora, mientras recorre su anatomía con su mano derecha al ritmo sensual de Dirty (sucia), un tema interpretado por Christina Aguilera. ¿Estamos en una clase de iniciación al sexo o en un curso de aerobic?

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Es lo primero que se pregunta el intruso al contemplar a esas treinta y tantas mujeres sudorosas y risueñas, que ahora se contonean sobre sus tacones de aguja, luego se ponen zapatillas para agacharse y más tarde fustigan el parqué una y otra vez con sus melenas.

¿Pornografía? Nada de eso. Pura coregrafía. Se llama stripdance; un cruce entre una lección de baile y movimientos propios de una sesión de striptease, que es el último grito en cuanto a disciplina gimnástica. «La idea es desinhibirse, gustarse más a una misma, aprender a moverse de forma sensual, pasar un buen rato y al mismo tiempo hacer ejercicio», explica Carol López, profesora de aerobic en uno de los gimnasios Dir, cadena barcelonesa de salas de fitness que busca incansablemente nuevas fórmulas para mantener en forma a sus clientes.

Sudar gozándola es el lema de esta nueva modalidad nacida en Estados Unidos. Y por los entusiastas grititos que se escapan de las bocas de sus practicantes parece que el objetivo se cumple.

Gimnasia con tacones

Además de zapatillas deportivas, a la clase de stripdance se acude con zapatos de vestir, ropa bien ceñida, el pelo suelto y algún que otro complemento del que irse desprendiendo a medida que la coreografía se va complicando y el ambiente se caldea.

El precalentamiento comienza con el clásico You can leave your hat on que Joe Cocker inmortalizara en la banda sonora de Nueve semanas y media, el insinuante ritmillo que tanto juego les dio a Kim Basinger y Mickey Rourke.

Sobre una plataforma forrada de espejos, las monitoras Carol y Elena, a la que Carol llama coloquialmente Juanita, comienzan a insinuarse... Carol lleva un minishort vaquero y el pelo rapado, lo que le obliga a utilizar una peluca en los movimientos de melena (fundamentales en este tipo de coreografías). En cuanto a Elena (Juanita), viste una microfalda tejana que sorprendentemente jamás se moverá de su sitio.

Las alumnas van de los 20 años a los cincuenta y tantos. Y las maduritas, quizá porque están ya de vuelta de todo, son las más desinhibidas y enrolladas. Inma explica que a esta clase le gusta acudir «disfrazada». Por su aspecto, se diría que ha estado revolviendo en el armario de su hija adolescente. «Un, dos, tres, caderazo... ¿Pam, pam! Patada, abrooooo y...» «¿Ujujuuuuyyy!».

Los primeros grititos ya empiezan a brotar de las gargantas de las aprendices cada vez que ensayan un nuevo conjunto de pasos. «Este movimiento es imprescindible para todo en la vida», advierte Carol, muy seria y profesional mientras menea frenéticamente la pelvis a lo Elvis.

Por los altavoces suena ya a volumen atronador Voulez-vous coucher avec moi ce soir? con sus inconfundibles sonidos: «Giuchie, Giuchie, ya, ya dada. Giuchie, Giuchie, ya, ya here. Mocha Chocalata, ya, ya...». Pero, ¿alto! ¿Qué hace en mitad de tanta transpiración femenina ese cimbreante gordito? «¿Pedrooooo!» La monitora se dirige de pronto a él con un hipohuracanado grito semejante al que le dedicó Penélope Cruz a Almodóvar cuando ganó el Oscar.

Algunos hombres

Pedro es uno de los cuatro audaces caballeros que han decidido probar hoy el stripdance. Y la profesora los quiere a los cuatro sobre la tarima para que ejecuten (como puedan) lo aprendido hasta ahora y muestren sus encantos al mujerío. «Los hombres o son timidísimos y no aparecen o, ya si vienen, son mucho más atrevidos que nosotras y sus movimientos más guarrillos. No tienen término medio», confiesa una alumna sin aliento al finalizar la clase. «A mí lo que me gustaría -añade sin disimulo- es que hubiera coreografías mixtas».

Llega la parte en la que hay que agarrarse las nalgas descaradamente con las dos manos. «Mano derecha, ¿pam!, a la nalga derecha y mano izquierda, ¿pam!, a la izquierda. Así, mantened el culo bien cogido con las manos. Si cabe en ellas bien y, si no, mejor todavía, porque eso significa que tenéis un buen trasero», proclama Carol.

La coreografía incorpora sinuosos movimientos de la danza del vientre y los combina con apasionados pasos de tango. Todo vale con tal de seducir. «Busca el potencial que llevas dentro y sácalo sin ninguna vergüenza. Un, dos, tres... ¿Pam, pam! Abroooo y ahora es cuando puedes levantarte la camiseta y empezar a enseñar algo».

Pero las camisetas de alumnas y alumnos -cada vez más empapadas, eso sí, porque insinuarse con ritmo resulta sacrificado- permanecen en su sitio. «Casi nadie se quita la ropa», admite un poco abatida la monitora Elena.

Aunque no hay regla sin excepción y cuentan que hay una entusiasta alumna de la clase del mediodía, «una mujer que andará por los 60 años», a la que le encanta quedarse, a las primeras de cambio, en ropa interior.

Sólo para hacer deporte

Tres de las alumnas, una de ellas ingeniera, otra biológa y la tercera compradora internacional para grandes marcas, afirman que todavía no han utilizado sus nuevas habilidades para ligar. «Yo de momento sólo me he atrevido a bailar así delante de mi gata», confiesa una de ellas.

«Pues yo -tercia otra- sí que he ensayado algunos pasos delante de mi novio. Y él al principio se reía de mí. Pero luego me pedía más». «Pues yo sólo vengo a soltar adrenalina y a hacer un poco de ejercicio sin aburrirme. No sé si esto me servirá para algo... Bueno, quizá para montar el numerito en alguna despedida de soltera o fiesta de cumpleaños».

Aprender a moverse, sentirse más sensual y liberarse de complejos son algunos de los efectos colaterales del stripdance, según sus seguidoras.

La clase va tocando a su fin, pero antes hay que armar la coreografía completa. Es cuando suena Dirty, la canción de Aguilera en la que Elena y Carol se han inspirado para diseñar cada uno de los pasos. «No hemos tomado un cursillo de striptease. Más bien somos autodidactas», ríe Carol. «Hemos aprendido fijándonos en cómo se mueven en el escenario las nuevas estrellas del pop. Ellas sí parecen haberse inspirado en las bailarinas de striptease. El resto es una mezcla de aerobic y pasos de baile más o menos convencionales». Es al final de la clase cuando realmente empieza la función: el contoneo salvaje, las manos que señalan, la melena que golpea como un látigo... En ese punto, una mujer diminuta y con gafas de muchas dioptrías se rebela de golpe como auténtica maestra. Y es que una nunca sabe dónde se va a descubrir un talento oculto... Al final, las monitoras preguntan a los alumnos si quieren un bis. Hay un sí atronador, unánime. Se vuelve a repetir la coreografía. Y no una, sino dos veces. Pero antes de que aquello empiece a convertirse en vicio, las profesoras paran la música y se despiden hasta la próxima clase. Sus sudorosos pupilos se deshacen en aplausos.