ENEMIGOS. Bachar al-Asad y Ehud Olmert presenciaron el desfile en la misma tribuna. / AP
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El líder sirio provoca protestas en París Bachar, un presidente accidental

Bachar al-Asad centró la atención de la parada militar del 14 de julio, a la que asistieron los participantes en la cumbre euromediterránea La estabilidad de Oriente Próximo depende de un oftalmólogo sin vocación política

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Con la satisfacción propia de quien rompe una larga cuarentena diplomática, el presidente sirio, Bachar al-Asad, fue ayer el centro de atención y foco de algunas protestas en el desfile por los Campos Elíseos del 14 de julio, día de la fiesta nacional francesa. Casi todos los líderes de los 43 países que habían asistido la víspera en París a la cumbre euromediterránea aceptaron la invitación del presidente francés, Nicolas Sarkozy, para asistir a la parada militar desde la tribuna de honor instalada en la plaza de la Concordia.

Antes de que comenzaran a desfilar 4.400 soldados, encabezados por un destacamento de 154 cascos azules en misiones de paz en el Líbano, Chipre y el Golán, la Policía detuvo a un grupo de militantes de Reporteros Sin Fronteras (RSF) que gritaban «Libertad en Siria» en un punto del recorrido. Los manifestantes, que vestían camisetas con la imagen de Al-Asad y la leyenda 'Depredador de la libertad de prensa', pretendían enarbolar retratos de periodistas encarcelados en Siria, Túnez, Egipto y Marruecos.

«El 14 de Julio conmemora la toma de la Bastilla, símbolo de la lucha contra el autoritarismo, y nos encontramos con uno de los peores dictadores de Oriente Próximo en la tribuna, celebrado como si fuera un demócrata», declaró Vincent Brossel, uno de los responsables de RSF. Los ocho detenidos fueron puestos en libertad cuatro horas después, cuando el desfile ya había concluido con el aterrizaje delante del palco de autoridades de paracaidistas que desplegaron las banderas de la ONU, europea y francesa.

Una quincena de militantes de 'Act Up' también fue arrestada cuando intentaba manifestarse ante la Embajada de Siria para denunciar «la homofobia reinante en ese país». Esta asociación de lucha contra el sida explicó en un comunicado que había previsto acudir ante las representaciones diplomáticas de varios de los estados invitados al 14 de julio.

El primer ministro israelí, Ehud Olmert, presenció el desfile en la misma tribuna que Al-Asad. Pero los servicios de protocolo habían colocado en posiciones alejadas a los mandatarios de dos países que siguen formalmente en guerra desde 1948. El presidente sirio se separó un poco en el momento en que el líder israelí estrechaba la mano de otros dirigentes.

La víspera se había ausentado media hora antes del discurso pronunciado por Olmert ante el plenario de la cumbre euromediterránea. También se negó a posar juntos en una foto porque esperaba «resultados concretos y no simbólicos que pudieran crear polémica», alegó ayer.

Comida en el Elíseo

En declaraciones radiofónicas, Al-Asad atribuyó las protestas en su contra al «ruido político» por razones de política interna francesa «en las que no me voy a entretener». Luego, cuando acudía al almuerzo de honor, mostró su alegría por una jornada «maravillosa» y recordó que «estaba aquí hace 29 años, este mismo día, pero como estudiante».

A la comida, ofrecida por Sarkozy y su esposa, Carla Bruni, también asistieron Olmert, el secretario general de la ONU, Ban-Ki-moon; el presidente de la Comisión Europea, José Manuel Barroso; y el presidente del Consejo italiano, Silvio Berlusconi, entre otros dirigentes. El presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, regresó a España tras el desfile. Por su parte, Ingrid Betancourt recibió la insignia de la Legión de Honor. «Voy a hablar en español porque éste es un momento que le dedico a Colombia y a mis compañeros, que vivieron conmigo tantos momentos difíciles», dijo la ex rehén de las FARC en las escalinatas del palacio presidencial francés flanqueada por su familia y por el jefe del Estado galo.

«Esta condecoración, que no me merezco, es para ellos, para todos aquellos que fueron liberados conmigo el 2 de julio», añadió, nombrando a continuación a todos ellos. También quiso hacer un reconocimiento a «los que nunca podrán volver», a los que murieron en cautividad y «a aquellos que están esperando su turno». La vocación de juventud del aplicado, introvertido y perfecto segundón Bachar al-Asad era la de combatir el glaucoma, mal endémico en Siria, desde la especialidad de médico oftalmólogo en la que se formó. Pero un giro del destino torcería sus planes, exigiéndole que hiciera por su país algo más que cuidar de la salud ocular de sus compatriotas. Fue el 21 de enero de 1994, el día en que su hermano mayor, Basel -el delfín llamado a la sucesión-, fallecía en un accidente de tráfico, y el ya viejo dictador Hafed al-Asad descolgó el teléfono para ordenar a Bachar, tercero de sus cinco hijos, que dejara inmediatamente su plácida vida de estudiante anónimo en Londres para prepararse a ser el futuro presidente de Siria y jefe del partido único Baaz.

Completo desconocido en Damasco, sin el carisma o la autoridad de su malogrado hermano ni tampoco la astucia de su padre, al tímido científico le sobrevino un adoctrinamiento a marchas forzadas en lo político y en lo militar. Ningún responsable del Ejército, de los numerosos cuerpos policiales y de los servicios secretos en los que se fundaba el régimen que iba a heredar hubiera aceptado a un civil como superior suyo y líder de Siria, por lo que Bachar empezó a acumular despachos y galones en una sucesión frenética de cursos tan acelerada que rayó lo rocambolesco. En apenas cinco años, en 1999, la Escuela Militar de Homs le promovería a coronel del Ejército. Y una hábil campaña de imagen le granjearía gran popularidad, sobre todo entre los jóvenes, fascinados por el amable perfil de 'yuppy' aficionado a las tecnologías del tercer hijo del presidente.

Para entonces, el candidato por accidente ya estaba sumergido en la gestión del «protectorado de hecho» que era Líbano, donde Damasco mantenía 35.000 soldados, e implicado, junto a su padre, en la «limpieza general» de oficiales díscolos o sospechosos de corrupción, amén de otros elementos incómodos. Léase su tío Rifat al-Asad, que hasta su exilio en España reclamaría para sí la sucesión de la «dinastía republicana de Siria» -primera en el mundo árabe- reprochando la falta de experiencia y mando de su sobrino.

La hora de la verdad para Bachar al-Asad le llegaría a los 34 años, con la muerte del «viejo león de Lataquia» el 10 de junio de 2000. Cinco semanas más tarde, sería confirmado presidente de la República de As-Suria (Siria) en un referéndum popular con el 92% de los votos a favor.