Editorial

Ahorro duradero

La aprobación de un plan nacional de ahorro energético, anunciada por el titular de Industria Miguel Sebastián, constituye una necesidad ineludible. El imparable incremento del precio de los combustibles obliga a afrontar con urgencia dicho objetivo. Lo cual vuelve si acaso sorprendente la tardía reacción del Gobierno en este campo. De todas formas, sería una equivocación albergar grandes expectativas respecto a la eficacia a corto plazo de las medidas que recoja el citado plan. Y sería un error asumir hoy la necesidad del ahorro energético como si se tratase de un ajuste coyuntural y pasajero.

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El propósito apuntado por el ministro Sebastián de reducir la factura del petróleo en un 10%, ahorrando así en torno a 5.000 millones de euros, es enormemente ambicioso. Como lo es comprometer nada menos que a seis ministerios en el empeño, lo que requerirá una clara voluntad política por parte del Ejecutivo y la correspondiente cesión de autoridad a favor de la cartera de Industria para que pueda llevar a efecto el plan. Pero a la espera de conocer las intenciones concretas que recoja el mismo, parece obligado tener en cuenta los límites y dificultades a los que se tendrá que enfrentar.

Los grandes consumidores industriales ya han llevado a cabo las inversiones precisas para procurarse un ahorro energético significativo, y no será fácil que les resulte posible o positivo de cara a ese mismo ahorro proseguir con el esfuerzo. Las redes de distribución requerirán dotarse de medios con menor consumo de combustible en un tiempo de crisis que impondrá una reducción de mercancías; con el consiguiente ahorro energético pero acompañado de dificultades para invertir en la renovación de las flotas. Por su parte, el consumo de los hogares necesitaría dotarse de un equipamiento adecuado para su contención, una meta costosa en dinero y tiempo, además de un drástico cambio en los hábitos sociales para evitar el despilfarro energético. Todo lo cual invita a pensar en la inmediata introducción de cambios que ofrezcan sus frutos paulatinamente. Por lo que sería probablemente más idóneo operar con realismo fijando objetivos y plazos cuyo cumplimiento pueda ser evaluado con facilidad y cuyos beneficios sean percibidos por la sociedad a modo de estímulo.

Aunque el único plan realmente útil será el que procure un ahorro duradero. Vivimos una fase de precios energéticos elevadísimos, pero nada hace pensar que esa tendencia varíe. Los países productores no parecen dispuestos a ello y continúan amparándose en prácticas monopolísticas. El descubrimiento de nuevas reservas avanza a un ritmo sensiblemente menor que el incremento de su consumo. La capacidad de refino excede en muy poco a la demanda de productos refinados, y la especulación se ha cebado en la energía ante la falta de alternativas rentables en otros activos. Es imprescindible comenzar a ahorrar hoy para no dejar de hacerlo en el futuro.