Toros

Más ruido que nueces

La corrida que abrió la Feria de San Fermín contó con toros de denso cuajo pero ni Abellán, ni Marco ni Serafín estuvieron a la altura de las circunstancias

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

El toro que abrió sanfermines se llamaba Asiático. Número 82, 625 kilos, negro bragado y listón. Una cabeza de escalofrío. No saldrá con tanta cara ningún toro. Un metro o más de envergadura. Era anchísimo el balcón de la cuna. Las dos palas, muy amplias, se remataban en dos codos y otros tantos pitones veletos. Impresionante. Entre los dos cachos del toro cabían tres o cuatro toreros sin estrechuras. En el encierro matinal, el toro Asiático había protagonizado dos severas descubiertas entre los corredores.

Venía, por tanto, señalado. Sin fuerzas, las manos por delante, un pelo distraído. Justito el motor.

Todo eso iba a ser marca de la corrida del Conde de la Corte.

Volvían a Pamplona los toros condesos al cabo de una década. Sin mayor gloria. Pero dejará huella la armadura demencial de ese primer toro de cretense estampa. Despampanante. Dos bestiales garfios carniceros con los que se enredaba hasta el mismo viento.

Pero, derrengado tras tres varas, e incluso antes de la tercera, el toro no pudo ni con los kilos ni con su alma. Sesgado andar.

Adelantó discretamente por las dos manos, nunca terminó ni de querer ni de pasar. Ni de descolgar ni de darse. Se frenó por sistema en los medios viajes. Abellán lo toreó con marchosa majeza en un primer brote de faena: de rodillas, por alto y para fuera. Luego, un querer intermitente y algo trivial. No se podía castigar al toro. Para que no se le fueran las manos. Pero tampoco manejarse con él porque se resistía. Un desarme cuando se paró el toro. Y una voltereta tremebunda cuando por primera vez cruzó Abellán con la espada. Un puntazo en el glúteo. Oportunísimo el quite de El Chano, José Manuel Montoliú y Francisco Marco. Los tres a la vez pero por distintos puntos de la acción. Como si fuera un quite ensayado. Perfecto. Dos veces más pasó Abellán con la espada pero para pinchar.

Y al cabo una estocada atravesada y caída. Sin pasar. Un descabello. A la enfermería el torero, que llevaba retazos de sangre de toro por una inmaculada taleguilla de blanco marfil.

No se enmendaron las cosas después. Sólo que, vistos los ganchos terroríficos del toro que rompió plaza, los otros cinco toros de envío parecieron razonablemente armados. Fue, sin embargo, una corrida muy descarada. Por contraste, y sólo por eso, tercero y cuarto dieron impresión de armonía. Fueron muy serios los dos. Y los dos de más aceptable son. Tuvo bondad el tercero, que salió con pies, galopó, humilló y anduvo vivito mientras duró. Pero duró muy poco. Y tomó los engaños por abajo con no mal estilo el cuarto.

Sólo que se rajó de repente y no le llegó la cuerda para más de veinte muletazos. Fue casi infinita la voluntad de Serafín Marín para ponerse y atreverse de capa y muleta con el tercero. Estatuarios bien trazados, dos buenas tandas en redondo, una faena de cierta continuidad. Hasta que Serafín se puso tesonero. Habría sido mejor si más breve. Media trasera y tendida, tres golpes de descabello.