ANDALUCÍA

Política y fútbol

LO ha dicho Luís Aragonés, seleccionador nacional de fútbol: «Una cosa es ser entrenador y otra muy distinta ser seleccionador». Aunque aparentemente se pueda pensar lo contrario, no estamos ante un jeroglífico del singular personaje. Un entrenador se lo juega casi todo, o todo, y más cada semana, ahí, en esa metáfora de jaula de fieras que es el banquillo, y no tiene humor, fuerzas ni ganas para nada más, mientras que el seleccionador es observado y examinado por el público con un cierto tiempo cada partido del equipo nacional, y, por consiguiente, puede hacer vida familiar e incluso tener un «hobby». Es decir, es más bien un burócrata distinguido del fútbol, salvo cuando su selección compite.

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Pues la vida política es, en la práctica, lo mismo. Tenemos el recuerdo del primer presidente autonómico del auto gobierno andaluz, Rafael Escuredo, que era un hombre de mucha marcha (política) y que le pedía el cuerpo, un día sí y el otro también, encendidas diatribas con los adversarios y fuertes sentimientos encontrados entre sus propios compañeros. Ser seleccionador (máximo baranda de la política) le producía fuertes depresiones cuando descubrió, tras la consecución épica de la autonomía de primer rango constitucional, que la vida política también era una rutina y una insoportable consecución de estampitas repetidas.

Algunos fuimos testigos muy cercanos de sus bajadas de ánimo. En una ocasión, por ejemplo, se llevó varios meses sin presidir el Consejo de Gobierno de la Junta, y era su segundo, el catedrático y presidente del Parlamento, Ángel López y López, quien lo sustituía con ardor y aplomo a la vez, porque así era, químicamente, el personaje, autor, por cierto, de esta frase: «Estamos haciendo política pasmódica en la Junta», frase que con cierta tardanza contestó Escuredo con esta otra: «la política es poesía, y el que no lo entienda que se retire de esto».

En definitiva, Aragonés me recuerda con frecuencia a Escuredo, quizá por su tendencia, también, a hacer frases. La última suya «no me cabe ni el pelo de una gamba» pasará a los anales del balompié.

Resumiendo, gracias a tipos como Luís y Escuredo, podemos creer en el pálpito humano.