Editorial

Modelo agotado

La amenaza de la recesión vuelve a acechar a EE UU una vez conocida la pésima evolución del mercado laboral registrada en mayo. La pronunciada desaceleración económica que sufre el país ha destruido empleo por quinto mes consecutivo y ha incrementado la cifra de parados cinco décimas, el repunte más elevado en 22 años. Este fuerte desgaste aleja las expectativas de una moderación en los riesgos que atenazan el crecimiento estadounidense -y, con ellas, la de una paulatina estabilización de los mercados internacionales-, al tiempo que agrava la situación de aquellos hogares más acosados por las dificultades financieras derivadas de la crisis de las hipotecas basura, la restricción en el crédito y el aumento de la inflación. El resto de las economías mundiales comparte esos factores negativos. Pero son las particularidades del modelo de progreso estadounidense, basado en buena medida en la explotación intensiva del sector inmobiliario y en la predisposición por parte de entidades bancarias y financieras a anteponer la rentabilidad a una evaluación responsable de los riesgos, las que hacen que EE UU se encuentre en una posición de debilidad para poder afrontar la crisis a la que tanto ha contribuido. Por tanto, el problema no se encuentra únicamente en la acumulación coyuntural de elementos perjudiciales, sino en el agotamiento de un determinado modelo de crecimiento.

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El desplome de las actividades relacionadas con la construcción que también padece España no ha puesto de manifiesto prácticas bancarias nocivas para el conjunto del sistema. Pero el acusado enfriamiento en la compraventa de viviendas sí está provocando consecuencias equiparables a las que soporta a la economía estadounidense, evidenciando no sólo una excesiva dependencia de un sector que ha quedado exhausto, sino las inconveniencias de un modelo cimentado en una elevada permisividad en la concesión de créditos hipotecarios y una incentivación errónea de la cultura de la propiedad. Una cultura alentada por la incapacidad de muchas familias para adecuar su realidad financiera a la deuda que podían contraer, pero también por la actitud de las propias administraciones públicas, cuya admisión de que el sector inmobiliario se ha sobredimensionado no termina de corresponderse con una apuesta decidida por el alquiler. Estas peculiaridades hacen que el máximo histórico marcado ayer por el euríbor, situado ya el 5,418%, haya sido asumido por muchas familias como un nuevo motivo de zozobra para la solvencia de sus cuentas. Las dificultades para ajustar las economías domésticas a un encarecimiento de las hipotecas que ha ido aumentando progresivamente hasta superar el 30% en los últimos cuatro años indican que se ha producido una irresponsable relativización de los riesgos que asomaban en el horizonte, los cuales intensifican la fragilidad de nuestra economía ante advertencias como la del Banco Central Europeo sobre un posible incremento de los tipos de interés.