Ramón Gómez Gallardo es todo un ejemplo de buen hacer detrás de un mostrador.
LA HOJA ROJA

Somos millonarios

Del pasado esplendoroso que, dicen, tuvo esta ciudad, nos queda bien poco. Lo último, los siete idiomas por señas que se hablaban en el Café Español y que evocaban una época en la que, dicen, la calle Nueva era o Wall Street o yo que sé. Del comercio ultramarino sí nos quedan unos cuantos vestigios y no tanto por lo anticuado de algunas tiendas -que lo son- sino por lo peculiares que han sido siempre los dependientes gaditanos -y ahí no me negarán que no llevo toda la razón- y por esa coletilla empleada con total impunidad con que alivian una tarde de compras «eso me entra la semana que viene», «ya hasta el mes que viene no vuelve a entrar». ¿A entrar de dónde, a dónde? «Ya lo hemos retirado» ¿retirado, a dónde, de dónde?

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No pidas sardina fuera de temporada es el nombre de una novela juvenil de Andreu Martín y Jaume Ribera que no pienso recomendarles, pero cuyo título llevo clavado como una espina siempre que tengo que salir de compras por Cádiz. No se les ocurra pedir nada que no esté en los escaparates, no pretendan comprar una prenda de abrigo en mayo aunque vaya a usted de vacaciones al Polo Norte, imposible encontrarlo en Cádiz más allá de las rebajas, «es que ya lo tenemos en almacén», le dirán. No pretenda comprar un bañador en enero aunque el todo incluido le esté aguardando en la riviera maya: «Lo estamos esperando» dirán, como quien espera al alba. Y no pretenda renovar el uniforme del colegio de sus hijos a mediados de curso, porque el material escolar sólo lo venden en septiembre. Y no tengan la osadía de buscar un traje de comunión en el mes de junio porque «es que ya no hay comuniones». Sí, ya lo sé, y sé que también existen los billetes de quinientos euros aunque nunca haya visto uno. Pero en fin, hacernos comulgar con ruedas de molino parece tan propio de esta ciudad que se lo hemos contagiado incluso a Casa Isidoro, que es como Jose Rodríguez-Plocia llama al Corte Inglés, donde tampoco podrá encontrar lo que busca, porque si no lo hace en tiempo y forma, es misión imposible.

Del comercio gaditano, se podría hablar y no parar, aunque no es mi intención. Y eso que los horarios han mejorado muchísimo con esto de las franquicias y que ya no es necesario esperar a media mañana para que abran. Nos quedan, eso sí, las pequeñas tiendas de desavíos, lo que llamo el comercio de urgencias, ese que nunca nos falla, que tiene lo que buscamos, que no lo está esperando ni lo ha retirado porque siempre lo tiene a mano. Ramón Gómez Gallardo, el Millonario, sí que ha hecho del comercio una forma de vida, como ya lo hiciera su padre. El Millonario es esa tienda imposible donde hay de todo, uno de los pocos establecimientos donde uno nunca sale con las manos vacías. Todo se compra y se vende, como decía la canción Víctor Manuel porque renovarse o morir es el lema de la casa. Me decía Ramón que no ha tenido más remedio que reinventar el negocio de los artículos de broma, porque no estamos para muchas bromas que se diga, y que como los grandes almacenes va cambiando los productos del escaparate según la temporada. Cuando uno entra en el millonario no sabe de dónde saldrá la magia pero sabe, con seguridad, que debajo de los pollos de plástico, de los gorros de torero y de los escudos romanos saldrá lo que estamos buscando. Sea lo que sea. Panderetas y espumillón en navidad, pelucas y disfraces en carnaval y pasos y horquillas en semana santa -aunque las horquillas, me dice, se venden siempre, por los chiquillos- que dan paso a gorros de graduación -lo que más sale en estas fechas- y a picantes frailes con sorpresa incluida -un clásico-, me dice Ramón.

Lo que no hay en la tienda, se inventa. «¿Y tiene pelucas rosa?» Y dice Ramón, «no, pero vente luego que te la tengo», mientras va maquinando como teñir alguna de las que tiene en la trastienda. «¿Y tiene cuernos para el niño, que va de torito en el colegio?» «No, pero mira, coge estos de vikingo, los cortas por aquí y los pegas con tite» -que es la forma más gaditana de llamar al Super Glue 3-. «¿Y el gorro de china no lo tiene más pequeño?» «No, pero mídele a la niña la cabeza y te lo arreglo». «¿Y ciento cincuenta collares de hawaiana?» «Ve contando, 1, 2, 3 ». «¿Y la careta del presincá, que el niño quiere la de Batista?» «Aquí la tienes». «¿Y un Corazón de Jesús?» «Tengo este Cristo, pero si le pones una capa ya es el corazón de Jesús». «¿Y una sombrilla de trapecista?» «Tengo un paraguas rosa que le puede valer ». Nada le sorprende a este hombre, que afirma que nunca le han pedido cosas raras.

Y una se va pensando que realmente este debía ser el espíritu del esplendor gaditano que nos decían, que cumplir las expectativas no es sólo un deber del comerciante, sino un derecho del consumidor. Y que más de uno debería tomar nota de cómo atender al público. Nos quedan pocos años para el esperado Doce -que al final va a ser como la caravana de Míster Marshall- y mucho por mejorar. A este paso, será el Millonario el que tendrá que surtir de mesas constitucionales y de uniformes afrancesados al Bicentenario. Lo último que ha vendido Ramón son las pelucas y las guitarritas de chiquilichiqui». «No me ha quedado ni una, se las han llevado todas». Para que luego digan que no somos frikis.