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Cambio de coordenadas

Si tuviera que resumir su vida en una palabra esta sería rutina. Como todas las mañanas, después de que su marido y sus hijos hubieran salido de casa, ella se quedaba frente a un café recién hecho. Pensativa miró a su alrededor. Nada de lo que sentía se parecía, ni por asomo, a lo que había imaginado en su juventud que sería su vida de casada. Tras un largo noviazgo, a los pocos meses de contraer matrimonio, se dio cuenta que todo lo que era y tenía dependía absolutamente de él. Poco a poco comprendió que para siempre sería identificada como «la mujer de». Para sus amigas, amigos y familiares se podía considerar dichosa. Él era un hombre trabajador y buen padre. Sólo en algunos momentos, y siempre en la más absoluta intimidad, mostraba su cara hostil. Nunca le había pegado. Ni a ella ni a sus hijos les faltaba de nada, pero se consideraba totalmente anulada. Desde hacía mucho tiempo su libertad había sido coartada, y no podía mostrase tal como era por miedo a desatar su enojo.

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Casos como estos no jalonan las tristes estadísticas de los datos de la violencia de género que aparecen en los medios de comunicación.

La última novela de la premio Nobel Doris Lessing, titulada La grieta ambientada en la era de las cavernas, nos relata cómo se encontraron por primera vez los hombres y mujeres. Esta autora asegura que el primer ser humano de la tierra fue una mujer, y los hombres llegaron después.

«Hombres y mujeres vivimos en mundos diferentes. Somos gentes distintas. Es un gran error negarlo. Somos dos especies que intentan vivir juntos para no sentirse solas».

Podemos caer en el error de considerar el fenómeno de la violencia doméstica y de género como algo nuevo relacionado con la sociedad que nos ha tocado vivir. Lejos de ello, se relaciona más con la reivindicación de la libertad y del derecho a decidir su futuro que a algunas mujeres les es negado por sus esposos, compañeros o parejas.

En otras épocas, en las que las mujeres asumían personal, familiar y socialmente su papel secundario, la violencia doméstica y de género se ocultaba por vergüenza y por miedo al rechazo de todos.

El informe sobre muertes violentas en el ámbito de la violencia doméstica y de género, elaborado por el Servicio de Inspección del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), constata que son 118 las personas muertas por violencia doméstica y de género en 2007 (99 de ellas mujeres). En estas cifras se incluyen todas las víctimas, tanto las de violencia doméstica, hijos, hijas, abuelos, abuelas, como las específicas de violencia de género, es decir, en relación con vínculos de afectividad, presentes o pasados. Estas cifras suponen un incremento del 22,9% con respecto al año 2006.

A pesar de la mayor conciencia social en cuanto a las denuncias de los casos de violencia de género, en el 70% de los casos con víctimas mortales no existía constancia de denuncia alguna. Es preocupante, a pesar de las medidas puestas en marcha, el elevado porcentaje de mujeres que no han denunciado previamente la situación de violencia, ni tampoco su entorno familiar, vecinal o social, lo que refleja una realidad que corresponde abordar a otras administraciones, distintas de la propia Administración de Justicia.

Desde la entrada en vigor de la Ley Integral contra la Violencia de Género, los datos facilitados por el Ministerio de Justicia dan una idea de la envergadura del problema que debemos afrontar: 185.275 denuncias por malos tratos, 207.623 procedimientos judiciales abiertos, 69.400 denuncias dictadas, 50.000 condenados, 4.000 hombres encarcelados y 84.005 órdenes de protección.

Muchos son los recursos que se precisan para dar respuesta a esta lacra social. Para muchos la judialización de problema, lejos de ser la solución del problema puede tener un efecto multiplicador. A más denuncias, a más detenidos y más presos, más violencia. La solución pasaría por el fomento de la conciliación en el ámbito familiar una vez que el problema ha sido detectado en su etapa inicial. Las figuras del/la mediador/a o terapeuta de familia son fundamentales.

El mito de la Revolución de las Mujeres, uno de los grandes fenómenos históricos de nuestro tiempo es desde hace algún tiempo una realidad, pese a que muchos aún no lo hayan asumido. Como no podía ser de otra manera, destacan en todos los ámbitos de la vida social y pública. Su progresión tendrá el límite que ellas quieran ponerle, no es cuestión de cuotas.

Mientras que estas «nuevas coordenadas» no sean aceptadas por todos, seguirá siendo noticia que una mujer, y además embarazada, sea ministra de Defensa.