EL COMENTARIO

ETA mató otra vez la paz

La estrategia de Zapatero, como comienza a ser la pauta ya conocida de su comportamiento en el poder, es oscilante. Lo mismo a la hora de considerar el modelo de Estado. Optó por someterlo a un proceso equiparable a la terapia de choque y luego lo mantuvo en el frigorífico. ETA ha matado de nuevo, una vez más desde que concluyeron los fallidos preliminares de la paz zapaterista. El PP de Rajoy ofrece al gobierno una unidad sin fisuras -sin contrapartidas- ante el terror. Pero, en la perspectiva de las elecciones autonómicas vascas, nadie podría asegurar que Zapatero no intente, cuando lo considere la mejor oportunidad, una reaproximación a ETA o que opte por descabalgar al PNV del poder o si reeditará sus viejos acuerdos con el partido de Sabino Arana. Para esta opción, sobran precedentes. Puede decirse que el PNV ha gobernado en el País Vasco en coalición con el PSOE durante algo más de medio siglo. En general, siempre consiguió una preponderancia que inquietaba a los socios socialistas aunque luego reincidieran. Es característica muy acusada del PNV su política de patrimonialización institucional hasta extremos que implican la suplantación de los mecanismos de sensibilidad pública que corresponden a la sociedad civil. A ese rasgo se refirió críticamente Josep Tarradellas en varias ocasiones, siempre reacio a que la estrategia del nacionalismo vasco pudiera influir en la del nacionalismo catalán, al contrario de lo que fue catalizado por la Declaración de Barcelona como método de interacción de los nacionalismo periféricos. Así es que el PNV ha contado con el PSOE en los gobiernos autonómicos de la guerra y el exilio y en el período 1987-1998. Esa fue la etapa presidida por José Antonio Ardanza, la etapa significada por el pacto de Ajuria Enea. Luego vino el pacto de Estella: en la casa común del nacionalismo vasco volvían a codearse PNV y Herri Batasuna. Fue un bandazo que alteró no pocas nociones establecidas por los pactos de la Transición. Izquierda Unida se prestó a incorporarse al ejecutivo autonómico de Ibarretxe cuando concluyó en 199 la tregua-trampa de la banda etarra. Es entonces cuando el lehendakari Ibarretxe plantea su hoja de ruta que no es otra que la autodeterminación consultada en referéndum, una iniciativa con un amplio déficit democrático. Ibarretxe ha dejado de escuchar las discordancias intrínsecas del pluralismo en la sociedad vasca. Acudió con su plan al Congreso de los Diputados en el año 2005. Subió a la tribuna para defender su Propuesta de estatuto político para la comunidad de Euskadi. Regresó con las manos vacías.

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A continuación, el retroceso manifiesto del PNV en las elecciones generales de 2008 se sumaba a la pérdida anterior de votos en las autonómicas de 2005 y en las municipales de 2007. Ahora solo le queda escenificar una vez un victimismo que ya ha gastado mucho combustible y de cada vez produce más indiferencia y pasividad. No falta en el PNV quien vuelve a hablar de frente autonómico. José Jon Imaz, por ejemplo, insiste en que la prioridad del nacionalismo institucional sea la «deslegitimación social y política de ETA». En el caso vasco, se perdió demasiado tiempo buscando un Gerry Adams que en nombre del «abertzalismo» radical estuviera dispuesto a sentarse a la mesa, aunque fuese con las manos manchadas de sangre. No hay tal. Cada proceso es distinto. Por lo que respecta a ETA cualquiera en España sabe que no hay otra vía que la entereza del Estado para forzarlos a la rendición y a la entrega de las armas.