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La guerra entre Teherán y Washington se recrudece por la influencia sobre Irak

Desde que se produjera la salida de Siria de Líbano en 2005, cada conflicto interno muestra las permanentes injerencias de potencias extranjeras que usan habitualmente el país del cedro como campo de batalla. Las fuerzas del Gobierno se alinean junto a las tesis occidentales y saudíes, mientras que Hezbolá mira hacia Siria y, sobre todo, hacia Irán.

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«Creo que ése es el fondo de la cuestión. Por un lado está la búsqueda de un mayor poder para la población chii, pero por otro está el deseo de cambiar la orientación de una política que a lo largo de la historia ha mirado a Francia y Estados Unidos», argumenta el ex embajador de Líbano en España, Robert Arab.

Líbano se emplea con frecuencia como tablero de una guerra por el control de Oriente Próximo, por el control de una región que mira con incertidumbre el proceso electoral americano y que se debate entre la creciente influencia de Irán y los últimos fracasos de una Administración Bush que nunca descuidará la seguridad de su principal aliado en la zona, Israel.

Hace unas semanas, el portavoz del Departamento de Estado de EE UU, Sean McCormack, anunció que estaba claro que Irán apoyaba a «milicias que operan fuera del imperio de la ley en Irak». Muchos temieron que el discurso formase parte de un esfuerzo por incrementar las tensiones entre Washington y Teherán.

No se explican el doble discurso de EE UU, que condena a Irán por su influencia en Irak pero a la vez brinda apoyo y ayuda a uno de los principales beneficiados y aliados de esa influencia: el Gobierno que preside Nuri al-Maliki.