FIRMES. Un grupo de guardias de honor observan el paso de los misiles Tópol-M en la Plaza Roja. / EFE
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Medvédev censura la injerencia de los países occidentales en los Balcanes

El nuevo presidente recupera el desfile de los misiles en la Plaza Roja para recordar el poderío militar ruso

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Por ahora no se observan grandes diferencias entre la verborrea del nuevo presidente ruso, Dmitri Medvédev, y la de su predecesor, Vladímir Putin. Ambos continúan siendo uña y carne, y juntos presenciaron ayer en la Plaza Roja de Moscú el gran desfile conmemorativo del 63º aniversario de la victoria sobre la Alemania nazi en la Segunda Guerra Mundial. Después de dieciocho años, sobre el adoquinado de la vieja explanada rodaron otra vez los aparatosos misiles nucleares en sus plataformas móviles y las orugas de los tanques.

Como en los tiempos soviéticos, tampoco faltaron las críticas a Occidente e incluso las amenazas soterradas. El encargado de proferirlas fue Medvédev. Como presidente es, además, Comandante Supre- mo de sus Fuerzas Armadas. En alusión a Kosovo, el primer mandatario ruso advirtió en la tradicional arenga previa al comienzo de la parada militar de que «debía tomarse muy en serio los intentos de injerencia en los asuntos internos de otros países y, más aún, las tentativas de revisar sus fronteras».

A juicio de Medvédev, «no hay que menospreciar las normas del derecho internacional porque sin ellas no existirían la seguridad global y el orden mundial». «Los conflictos armados no estallan por sí mismos, sino que los instigan aquellos cuyas ambiciones irresponsables se contraponen a los intereses de países y continentes enteros», alertó el jefe del Kremlin en clara referencia a Estados Unidos.

Medvédev dijo asimismo que «el Ejército y la Armada cobran fuerza, igual que el conjunto de Rusia» y aseguró que el armamento exhibido en la Plaza Roja servirá para «garantizar una defensa fiable de nuestra patria». El nuevo presidente tuvo también palabras de recuerdo para los veintisiete millones de caídos del Ejército Rojo entre 1941 y 1945, y para los veteranos aún vivos.

Tras terminar su alocución, unidades de a pie, las de cabeza ataviadas con el uniforme soviético de los años de la guerra y los estandartes rojos de entonces con la hoz y el martillo, comenzaron a marchar sobre la Plaza Roja. Putin, que el 9 de mayo del año pasado comparó a la Administración norteamericana con el III Reich, en esta ocasión no intervino.

Después aparecieron 110 vehículos acorazados, entre ellos los T-90, el tanque más moderno con el que cuenta hoy día el Ejército ruso, y los poderosos blindados para transporte de tropas BMP-4. El desfile en tierra lo cerraron los misiles. Primero los Iskander-M, diseñados para burlar el escudo anticohetes estadounidense, y, finalmente, los intercontinentales Tópol-M, capaces de portar varias cabezas atómicas y superar distancias de más de 11.000 kilómetros. Tienen una longitud de casi 23 metros y la plataforma que los transporta pesa cien toneladas.

Idea de Putin

La última vez que en Plaza Roja se mostraron misiles nucleares fue en 1990. Los desfiles se reanudaron en la céntrica y bella explanada moscovita en 1996, pero ya sin el empleo de material pesado. La idea de sacar otra vez armamento atómico ha sido de Putin, quien, no obstante, afirmó hace unos días que «no estamos blandiendo las armas, no queremos amenazar a nadie. Se trata sólo de una demostración de nuestra creciente capacidad defensiva». La estrella entre los 32 aviones que ayer surcaron el cielo de Moscú fue el nuevo bombardero estratégico Tu-160, preparado para albergar en sus bodegas hasta diez bombas atómicas. En el evento castrense participaron más de 8.000 militares.

La broma le costará al Ayuntamiento de la capital rusa cerca de 30 millones de euros. El dinero será empleado en reparar el asfalto de las calles por donde pasaron los tanques y el empedrado de la Plaza Roja, pese a que las orugas iban dotadas de una cubierta especial. Será necesario también recolocar el cableado de los trolebuses y limpiar la señalización pintada en el suelo para servir de guía a los soldados durante el desfile. La oposición cree que hubiera sido más justo emplear el dinero en construir viviendas para los miembros de la Fuerzas Armadas.