Opinion

Hombre de Estado

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a desaparición del ex-presidente del Gobierno Leopoldo Calvo Sotelo refleja en su silenciosa discreción un rasgo que caracterizó su trayectoria política en la España convulsa de la Transición y, posteriormente, en los años de normalización constitucional que él contribuyó decisivamente a edificar. Con su inesperada muerte a los ochenta y dos años cuando desarrollaba una importante actividad intelectual en la Academia de Ciencias Morales y Políticas y en el Consejo de Estado, desaparece un servidor público que, sin abdicar de sus principios y fidelidades, fue capaz de atender los asuntos de la nación por encima de intereses partidistas como un auténtico hombre de Estado. Quizás su figura ha quedado oscurecida en la reciente historiografía española no solamente por su escaso apego a los focos de la notoriedad sino porque su corta etapa al frente el Gobierno resultó acompañada por Adolfo Suárez y Felipe González, cuyo brillo personal y proyección popular minimizaron el papel fundamental de Calvo Sotelo. Porque en la perspectiva del tiempo y al hilo de un ecuánime análisis de los momentos más amenazadores de la democracia española la figura de Leopoldo Calvo Sotelo resultó determinante tanto para mantener la legalidad en la depuración de las responsabilidades del 23 F como para entregar el testigo de la alternancia democrática al partido socialista cuando lo dictaminaron las urnas. Detrás de su imagen fría, distante, un punto altanera, se escondía también un hombre ingenioso, tolerante, inteligente y culto que aplacó con temple el «malestar militar» de aquellos meses del intento golpista, y también el que pretendió reordenar la España de las Autonomías con una discutible LOAPA. La estatura política y moral del insigne gallego desaparecido sólo empezará probablemente a reconocerse cuando haciendo memoria de los años cruciales de la construcción de la España moderna se ponga en valor su determinación para conducir al país a la esfera de la OTAN, en un contexto ferozmente hostil, o su habilidad para participar activamente en el desguace, sereno pero tenaz, del aparato franquista para hacer posible el principio rector de la Transición: «De la ley a la ley». Su memoria, como la de un gran dirigente que creía en la libertad y en la democracia, será en el futuro indisociable del gran éxito que para la sociedad española supuso transitar de la dictadura a la democracia sin más exclusiones que quienes optaron por el camino de la violencia.