Opinion

Mario y la justicia

Aquel día se despertó como todos los días, a lo justo, dar un salto de la cama a la ducha y engullirse un café rápido. Como se dice en mi pueblo, con el «café bebío» se puso de camino a su trabajo. Pero por su cabeza no paraba de darle vueltas al asunto de la justicia, aquellas semanas habían sido de un duro bombardeo de noticias sobre el tema en cuestión.

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No le encontraba sentido a nada de lo ocurrido, la pequeña Mariluz perdía la vida porque a un juez se le había olvidado ejecutar su sentencia. Los funcionarios del estado implicados en el caso tampoco cayeron en la cuenta de que debían de encarcelar a un pederasta y para colmo la fiscal también cometió el mismo error, dejar en la calle a un delincuente que finalmente reincidió. El resultado se podía haber evitado, una niña ya no está con sus padres.

Paralelamente, una jueza de Motril se olvidaba en este caso de liberar a un preso que había finalizado su condena hacía un año y medio. El preso denunciaba a la jueza e inocentemente sólo le pedía, por lo menos, el dinero justo de poder arreglarse los dientes, al menos los gastos del dentista. El pobre infeliz malgastó un año de su vida entre rejas por el olvido de una jueza.

Otro día, un hijo le cortaba la cabeza a su madre y se paseaba por las calles de su pueblo con ella bajo el brazo, después de continuas denuncias de esquizofrenia, pero tras la última reforma sobre la salud mental y psiquiátricos, los enfermos mentales no tiene cabida en ningún sitio que no sea el hogar familiar, posiblemente el lugar menos indicado para ellos.

Los hechos daban vueltas por la cabeza de Mario: ¿Qué pasa con la justicia en nuestro país? Y si no podemos confiar en la justicia, ¿qué nos queda? Vueltas y más vueltas y seguía sin encontrarle sentido a nada. Para colmo, los grandes estafadores de los dos últimos años, Juan Antonio Roca y Julián Muñoz, salían de sus celdas tras pagar unas paupérrimas fianzas, después de haberse apropiado de cientos de millones. Para unos la justicia es lenta, obsoleta y olvidadiza, mientras para otros es rápida, locuaz, moderna y retentiva.

Mario no entendía nada, y andaba perdido, porque sabía que aunque eran casos lejanos a su hogar, lejanos a su día a día, algo de él, algo de todos nosotros como ciudadanos, quizás dignidad, confianza y alegría, se perdía con cada injusticia que se cometía. Todos estamos perdiendo al menos la ilusión de ser ciudadanos libres.

Ángel C. Gómez de la Torre Puerto Real