Opinion

Dique contra el terror

Los tres artefactos que ETA hizo estallar ayer de madrugada contra dependencias de Trabajo de los Gobiernos central y vasco en Arrigorriaga y San Sebastián constituyen una nueva evidencia de la determinación de la organización terrorista de proseguir con su ofensiva violenta, que desde principios de año se ha cobrado la vida del ex concejal Isaías Carrasco y ha provocado múltiples destrozos en otros once atentados. Por primera vez en su larga trayectoria criminal, la banda etarra quiso empañar la celebración de una jornada tan simbólica como el 1º de Mayo, en un intento de magnificar el impacto de sus bombas y de amedrentar a una sociedad que está ya lejos de sentirse coaccionada por su matonismo y la despreciable complicidad de aquellos que lo apoyan. Pero la constatación, a cada paso más palmaria, de que los terroristas han perdido frente a la fortaleza del Estado democrático y la digna entereza de sus víctimas no debería llevar ni a descuidar los mensajes de condena, ni a olvidar que aunque los violentos suponen una amenaza para el conjunto de la ciudadanía, lo son, antes que nada, para quienes viven escoltados y perseguidos.

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

La respuesta adecuada ante el declive de la organización terrorista pasa por no minusvalorar en ningún supuesto el daño que aún puede causar y, especialmente, por identificar con toda nitidez el territorio que separa a quienes rechazan toda utilización de la violencia y quienes todavía la avalan para intentar alcanzar sus objetivos políticos por la fuerza. El deplorable fracaso de las mociones para desalojar a ANV de las alcaldías tras el asesinato de Isaías Carrasco y el calculado reparto de críticas por parte de algunos representantes de nacionalismo institucional entre los últimos atentados y el encarcelamiento de la alcaldesa de Mondragón, dando prueba en algún caso de desconocer los argumentos judiciales contra Inocencia Galparsoro, ponen de manifiesto cómo se pueden difuminar los contornos éticos desde las mismas instancias que han de actuar como dique frente al terror. Porque el tiempo hacia la paz no lo retrasa, como pretende el lehendakari, la renuencia del presidente Rodríguez Zapatero a dialogar sobre un plan soberanista al que Ibarretxe atribuye interesadamente la supuesta capacidad de desactivar la violencia. Y sí todas aquellas conductas que siguen situándose en una deliberada equidistancia entre las víctimas del terror y quienes lo avalan y comprenden.