TRIBUNA

¿Piove? ¡Porco Governo!

Este aforismo, doctrinal y axiomático, utilizado con frecuencia en los medios periodísticos y en los foros de opinión, que, por si fuera necesario, traduzco: «¿Llueve? ¿Puerco gobierno!», se trae a colación, también con frecuencia, con traducciones más escatológicas a menudo, para, en general, inculpar con saña a los gestores públicos de errores no imputables a su gestión. Entiendo que esta exclamación lapidaria y sarcástica, responde, puntualmente, al estado de ánimo hastiado del pueblo italiano, no creyendo oportuno su uso argumental aplicado a una nación como España, lo que expreso con orgullo. La sociedad civil italiana ha padecido, desde 1949 hasta nuestros días, el más aniquilador de los desgobiernos. No los he contabilizado, pero no creo que sean menos de cincuenta aquellos que, durante ese período, han desgobernado con contumacia, ese maravillante país. Esto es, a casi un gobierno por año.

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Ese caos responde a la esencia de una nación habitada por un amasijo de pueblos de carácter levantisco irreductible, unificados por los Saboya contra sus sentimientos y diferencias viscerales, patentes hoy a lo largo de su hermoso territorio. Este desbarajuste responde también a la esencia misma del carácter de ese conjunto de pueblos, imposibles de amalgamar, sátrapas, astutos y ácratas, sagaces y partidarios de la supresión de toda autoridad, para expresarlo así con más detalle. Don Carlos Ruiz del Castillo, mi catedrático de Derecho Político en la Complutense, consideraba una necia perversión «importar, o exportar, teorías políticas».

A ello vamos: para vivir en ese estado de desconcierto que genera esa ausencia de autoridad gestora, una sociedad civil debe ser «endiabladamente» culta y, a la vez y sobre todo, capaz de salir adelante por sus propios medios con una clara vocación autárquica. Este es el caso de Italia, donde la sociedad civil ha decidido sumergirse, incluso fiscalmente, para autogestionar su porvenir, luchando incluso contra lacras de tan difícil cura como las distintas facciones de las también distintas, y no muy distantes, mafias, remedos las unas de las otras, si bien actúan desde distintos ritos justicialistas draconinos.

No es este el caso de España, que siempre ha estado gobernada con mucho más perseverancia y tino, hasta en los momentos en que las luces del talento político se habían apagado, repartiéndose los errores y aciertos entre todos y cada uno de los credos políticos e ideológicos, así como entre los distintos sistemas de gobierno. Este equilibrio, saludable para unas cosas, pero insalubre para otras, ha castrado toda capacidad del pueblo para reaccionar ante las imposiciones del gobernante de turno, y así la sociedad civil española ha evolucionado de forma inmadura e inculta, lo que la convierte en una sociedad débil de carácter, que ejerce su derecho al escrutinio desde la emotividad y las vísceras, actitudes inapropiadas para elegir a sus gobernantes. Hay que elegir al gobierno, desde el análisis estudioso y la ponderación interpretativa del hecho histórico puntual, eludiendo toda banal superficialización momentanista, pues hay muchísimas cosas en juego.

Obrando así de forma obcecada y necia, no puede tras ello recurrirse al aforismo italiano para inculpar al gobierno de todos los errores, accidentes y desdichas, imputables a circunstancias todas ellas muy distintas y en muchísimos casos inimputables a la gestión de gobierno, sea este encomendado a quien se le encomiende. A los gobiernos hay que pedirles cuentas, pero partiendo de la base de que todos, sin excepción obran de buena fe, con mayor o menor competencia, siendo siempre conscientes, de que gobernar no es tarea fácil, aún siendo ejercido ese oficio por los más capaces.

El fracaso de la gestión global del Estado es responsabilidad exclusiva de la sociedad civil, así también el éxito, no pudiendo en ningún caso un padre de familia delegar la educación cívica y cultural de su hijo, exclusivamente en el gremio de los maestros, como estos tampoco pueden inculpar al ministro del ramo. Todos, en calidad de miembros de la sociedad civil, y ese todos incluye determinadamente a la absoluta totalidad de los ciudadanos, debemos asumir la responsabilidad histórica inexcusable de velar por el bien común, reclamándonos los unos a los otros el riguroso cumplimiento de nuestras obligaciones y respetándonos nuestros derechos, también los unos a los otros, con un sentido de la justicia y de la magnanimidad más ponderadas.

La sociedad civil española ha de madurar, ha de emanciparse, para luchar contra las tentaciones de la plutocracia, estudiando, formándose, para discernir y decidir con claridad entre lo que es bueno y lo que es malo para el conjunto del bien común. Hay que tener claro cuales son sus responsabilidades como Pueblo, para anhelar el ser respetados como Nación, valorados como Estado y por fin admirados como Sociedad Civil culta, madura y responsable. Los gobiernos forman parte de la estructura mutable de la Historia, los Pueblos, Naciones, Estados y Sociedades Civiles, evolucionan pero no pierden sus esencias, al desenvolverse en un medio espacio-temporal infinito. No escurramos el bulto.