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La prueba, en manos de su víctima

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a llave que puede abrir la puerta de la revisión de la condena de Rafael Ricardi, preso en Topas (Salamanca), está en manos de su víctima. El testimonio de esta chica, que lo identificó por la voz y el rostro, fue definitivo para que la Audiencia Provincial lo sentenciara a dos penas de 18 años de prisión por sendos delitos de agresión sexual; y ahora esa misma mujer, en una curiosa paradoja, le puede dar el empujón definitivo hacia la libertad. Si identifica a Juan B. G. como el hombre alto que la abordó en Valle Alto en 1995, la implicación de Ricardi quedaría muy debilitada, ya que el ADN que aparece en sus ropas pertenece a Fernando P. G., que ejercería el papel del violador de baja estatura.