Una monja revisa la papeleta electoral antes de votar. / EFE
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Roma, el corazón del monstruo

El final del viaje, en el día de las elecciones, llega al centro del poder político, una mole de vicios, derroche y burocracia en la que deberá sumergirse el vencedor de los comicios

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Los italianos comenzaron a votar ayer confiadamente, con la seguridad de que van a volver a defraudarles. Sólo un Gobierno fuerte, decente y capaz de tomar decisiones puede salvar a Italia. Que salga hoy es una posibilidad remota. Un relato de Flaiano, escritor y guionista de Fellini, comenzaba con el aterrizaje de un marciano en Villa Borghese. La ciudad se echó a la calle, emocionada, «con la esperanza de que todo iba a cambiar». Al cabo de un par de meses, nadie le hacía ni caso y el marciano vagaba melancólico por los cafés de Via Veneto. La vana ilusión de un salvador o del milagro llega a veces, con la liberación de Roma en 1945, con la gran operación contra la corrupción de Manos Limpias que derribó la clase política en 1992, con el triunfo de Berlusconi en 2001. Pero nada.

Los italianos mandan hoy a Roma a 630 diputados y 315 senadores, una tropa con sueldos de escándalo (12.000 euros un senador). Podrían expedir mil autómatas que emitieran regularmente leyes absurdas que no cumple nadie y saldría más barato. Roma, luminosa, grandiosa, es en realidad un agujero negro que todo lo paraliza, el corazón de un Estado monstruoso. Es un viaje al infierno. Empieza en el Parlamento.

Quien mete la cabeza en la política ya vive toda la vida: 2.238 ex parlamentarios cobran pensiones vitalicias de 3.000 a 10.000 euros. A un partido le basta sacar un 1% de votos y ya tiene derecho a un peculiar reembolso de gastos electorales: en 2004 los partidos invirtieron 87 millones y recibieron 248. Hay 31 diarios de partido que viven de subvenciones. Es el país del mundo con más coches oficiales: 400.000. En fila, llegan a Moscú.

Al lado está Palazzo Chigi, sede de la presidencia del Gobierno, ante la columna que se confunde con la de Trajano. El Ejecutivo que sale, el de Romano Prodi, marcó el récord de tamaño: 26 ministros, 10 viceministros y 66 subsecretarios. Total, 103 personas de ocho partidos. Y en dos años no han hecho nada. En un pequeño paseo, por la Fontana de Trevi, se sube al Quirinale, presidencia de la República. Es el clásico jefe de Estado que no pinta nada, pero cuesta cuatro veces más que la reina de Inglaterra, con 59 artesanos en nómina, entre ellos dos relojeros y seis restauradores de tapices.

El Ministerio de Economía, ahí al lado, entre turistas que salen sonrientes de sus hoteles, es quien vela por el buen estado de las cuentas, que es sencillo: Italia no tiene un duro. La mitad del IRPF se va en pagar el famoso déficit nacional del 104%, único en el mundo, fruto de décadas de alegre despilfarro. Abrasados a impuestos, los italianos tienen la mayor presión fiscal de Europa, las facturas de luz, gas y agua más caras, y por tanto la más formidable evasión fiscal. La única salida del nuevo Gobierno será ahorrar, por mucho que hayan prometido. Hay que decírselo a más de tres millones de funcionarios, con un núcleo duro de vagos y enchufados. El Ayuntamiento de Roma, por ejemplo, tiene el récord de 'novillos': 38,9 días al año por empleado. Cada día falta un trabajador de cuatro. Hace poco pillaron a una juez con baja de seis meses por dolor de espalda en una regata de vela. Se estima que la Administración derrocha unos 80.000 millones al año, entre un 15% y un 40% del presupuesto según los casos.

Muro de burocracia

Estirando las piernas se llega a Porta Pia, lugar de la muralla donde las tropas italianas abrieron la brecha que puso fin a los Estados Pontificios. Sin embargo, al lado, es indestructible el muro de burocracia del temible Ministerio de Infraestructuras. En seis años sólo ha cumplido el 2,5% de las obras programadas. Para proyectar una carretera, una pequeña, pasan seis años. Y es el país europeo con la peor red vial. Las obras de los trenes de alta velocidad son las más caras y lentas del mundo: 32 millones el kilómetro, frente a los 10 de Francia o 9 de España. Y es el país que menos tiene. Para los 204 kilómetros de la Roma-Nápoles llevan veinte años y no han terminado.

Andando un poco con un helado se llega a una parada de metro, todo un hallazgo. Roma apenas tiene dos patéticas líneas de metro, en forma de cruz. Por fin en 2001 se decidieron a hacer otra, de 35 kilómetros, pero las obras terminarán, con suerte, en 2015. Madrid empezó el mismo año 63 kilómetros de metro, que entró en servicio en 2005. Se alza la vista y pasa un avión de Alitalia, empresa en quiebra donde se han quemado 2.500 millones en cinco años, porque ningún gobierno tenía agallas para tomar medidas severas. En Alitalia, símbolo del poder de los sindicatos, la más pequeña de las trece siglas de pilotos consiguió parar un día 320 vuelos... y sólo tiene cinco inscritos. En los sindicatos, otra casta italiana, la mitad de los afiliados son jubilados.

Mejor seguir caminando. Ahí está el hospital Umberto I, el más grande de Europa y también uno de los más guarros. Inaugurado en 1904, sigue igual. Protagonista de escándalos de suciedad e ineficiencia, el director ha admitido que «no cumple las normas ni una sola piedra». Periódicamente saltan escándalos de sanidad en toda Italia, sobre todo en el sur. Detrás del hospital, la histórica universidad de La Sapienza. Acaban de abrir el proceso a 27 profesores, empleados y alumnos por una venta de exámenes de Derecho. En otros centros de Italia han pasado cosas parecidas.

Mejor refugiarse en la belleza del Foro Imperial, aunque el Palatino se cae por falta de fondos. Italia ha retrocedido al quinto puesto como destino turístico. Al lado está la sede de la FAO, la organización de Naciones Unidas que lucha contra el hambre, y está totalmente italianizada: gasta al menos el 65% de su presupuesto en sueldos. En el Tevere está el Palacio de Justicia, pero mejor ni hablar. Último desastre: han quedado libres siete mafiosos porque en ocho años el juez no ha escrito la sentencia. No le han sancionado. En Italia hay 21.000 leyes -frente a 4.500 de Alemania o 9.800 de Francia- y 100.000 reglamentos.

En Trastevere está la oficina que hace el código fiscal, el NIF. Un conocido empleó cuatro días en que se lo dieran. En estos casos, tras horas de fila, uno puede encontrar, en un despacho tercermundista a un pobre funcionario con las manos en la cabeza. Casi se le puede oír murmurar: «El horror, el horror,...». Es el final de la travesía en este apocalipsis de ahora mismo que es Italia. Pero fuera, con el sol y un buen plato de pasta, no importa. Roma es tan hermosa que, lo que son las cosas, todo se olvida y la vida está bien así, como es.