ALCOHOL Y SEXO. El abandono de su madre fue la causa de su descontrol, aunque también leía a Kafka y Freud. / EFE
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La rubia que leía a Rilke

Una novela, basada en las sesiones de psicoanálisis de Marilyn, ofrece nuevas revelaciones sobre la vida del mayor mito erótico del siglo XX

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En la madrugada del domingo 5 de agosto de 1962, Marilyn Monroe (Norma Jean cuando estaba en zapatillas) dejó de existir. Una sobredosis de barbitúricos acabó con su vida. ¿Se los tomó ella misma? ¿Alguien le indujo a hacerlo? ¿Tuvo algo que ver su muerte con las relaciones sentimentales que mantuvo con el presidente de los Estados Unidos, John F. Kennedy, y con su hermano, el senador Robert Kennedy?

«Se han escrito toda clase de conjeturas y yo no soy capaz de ponerle el punto final», admite el escritor Michel Schneider, autor de Últimas sesiones con Marilyn, ganadora del premio Interallié en 2006 y finalista del Goncourt. La novela recrea las visitas y confesiones de la deslumbrante actriz a su último psicoanalista, el doctor Ralph Greenson. El autor no se pregunta quién sino qué la mato. «¿Fue la fama, el desamparo, acaso la locura (que habría heredado de su abuela), lo que le llevó a la tumba?, deja caer Schneider. «La primera chispa, sin duda, hay que buscarla en su adolescencia, concretamente a los 15 años, cuando su madre la abandona», argumenta. «Todos sus excesos con el alcohol y el sexo tienen ahí el origen».

De día y de pie

A pesar de su perfil destructivo y autodestructivo - «como todas las personas que viven al límite»-, Schneider rehabilita a una Marilyn enamorada de la poesía y las palabras. «En el descanso de un rodaje, el director Joseph L. Mankievich la vio sentada en un rincón; estaba leyendo un libro; le preguntó qué leía; le respondió que unos poemas de Rilke».

No sólo se acercó a este vate alemán, también era devota de Freud, de Kafka y de las ácidas crónicas sociales de su amigo Truman Capote. «Si hubiese superado sus bloqueos personales y psicológicos habría sido una buena guionista de cine; tenía madera; sus cartas y algunos poemas que dejó escritos no eran nada vulgares».

El hombre que más la amó, según Schneider, fue su segundo marido, el jugador de béisbol Joe Di Maggio. «La quiso muchísimo, a pesar de que alguna vez llegó a pegarla». Del dramaturgo Arthur Miller, con quien también estuvo casada, echa pestes. «Habló mal de ella después de muerta, decía que había convivido con una loca, una actitud bastante miserable por su parte, pues Marilyn le defendió siempre, e incluso arriesgó su pellejo cuando intentó tapar las actividades pro comunistas de Miller».

«La fama no te abraza, no te da calor», decía Marilyn, quien se sentía amargada al comprobar que los hombres «se quieren acostar con Marilyn Monroe y no se quieren levantar con Norma Jean».