QUIMIQUERO. El dique principal de Navantia cuenta con 500 metros de largo,100 de ancho y de 13 de profundidad.
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Ingeniería naval a vista de pájaro

Las grúas pórtico de Navantia Puerto Real son patrimonio arquitectónico y un símbolo de la Bahía; su trabajadores mueven hasta 600 toneladas desde una altura de 102 metros

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Se imagina trabajar en un estrecho cubículo de unos dos por dos metros colgado literalmente de una grúa a más de 100 metros de alto? No es una fantasía circense, sino el entorno de trabajo habitual durante los últimos 26 años de Quico, gruista de una de las dos grúas pórtico que Navantia Puerto Real posee en el muelle de La Cabezuela. Una infraestructura con dos ganchos capaces de elevar bloques de 300 toneladas cada uno y rotarlos con un tercer gancho de volteo. Una labor no apta para personas con vértigo.

Estas grúas se han convertido en patrimonio arquitectónico y en un auténtico símbolo de la Bahía. LA VOZ estuvo en lo más alto de estos pórticos para conocer cómo se trabaja en el día a día en la factoría. La impresión inicial cuando se entra por primera vez es de un cierto caos, con multitud de trabajadores cada uno trabajando en tareas muy dispares. Allí un soldador trabaja en un ancla. Más allá dos operarios cortan una plancha, o transportan un motor. Sin embargo, cada uno tiene claro su trabajo y esa misma disparidad permite avanzar a gran velocidad, construyendo a la vez las distintas piezas de los barcos que luego se ensamblarán en el dique.

El dique es como una gran piscina vacía de agua -que sólo se llena cuando se va a botar un buque terminado- con una extensión igual a la de 10 piscinas olímpicas, es decir 500 metros de largo, por 100 de ancho y 13 de profundidad. Ahora mismo está ocupado por el casco de un quimiquero y el armazón principal de un buque de aprovisionamiento en combate (BAC), encargado por la Armada.

El quimiquero está prácticamente terminado, en este caso se ha realizado el casco principal y pronto se rematará con la cubierta de control en la factoría de Ferrol. A su alrededor proliferan los andamios con soldadores que rematan las juntas, que se asemejan a grandes costurones como los que tenía el monstruo de Frankenstein, aunque obviamente a una escala mucho mayor. En la cubierta superior hay centenares de estructuras metálicas propias de este tipo de barcos e ingenieros y operarios se afanan en dejarlo listo para su botadura.

Las dos grúas pórtico de Navantia son las grandes puertas de entrada a la ciudad y son visibles desde casi cualquier parte de la Bahía. Es natural. Tienen una altura de 102 metros desde la parte más elevada, la cabina o carro principal, hasta el suelo. Para llegar a lo más alto hay que entrar por uno de sus extremos y evitar la claustrofobia. Tras cinco tramos de escaleras se llega a un pequeño ascensor con capacidad para dos personas, que tras un trayecto de un minuto y medio, que se hace eterno, permite alcanzar el cénit de estas inmensas moles capaces de mover 600 toneladas.

Arriba la vista alcanza más de 40 kilómetros en un día despejado, y pueden verse los nuevos aerogeneradores instalados en La Janda y Puerto Real, además de la localidad de Medina. El viento sopla fuerte y en día de temporal no se permite subir a nadie. Antes de manejar la grúa es necesario conocer la previsión de las mareas y de la velocidad del viento.

La cabina principal ubicada en lo más alto de la grúa pórtico alberga los motores de los dos ganchos, con nombre tomados, como no podía ser menos, de los barcos. El de proa es el primero que mira a Cádiz y el de popa es el de atrás. Colgando literalmente de la cabina principal se encuentra la cabina de control, a la que sólo se puede acceder por una empinada cuesta de estrechos escalones.

Allí el rey es el gruista. Cuenta con un sillón y dos palancas a cada lado. Su mecanismo es muy sencillo: alzar o izar, para cada uno de los ganchos que mueven los gigantescos bloques. Esta grúa no se mueve para cosas pequeñas: mientras el resto de grúas transporta entre 15 y 100 toneladas, la pórtico llega a 600. Dos filas de 10 botones cada uno indican lo que puede ir mal: sobrecarga, fallo general, aviso viento, baliza desconectada... «Aquí cuando sopla viento se menea que no veas», reconoce Quico, agradecido por una visita que rompe momentáneamente su rutina. Lo primero que te enseña es su walkie talkie, la radio y el teléfono. Está bien comunicado. Y el medidor de viento: ahora marca cuatro metros por segundo. «La seguridad es lo más importante. Abajo hay muchos padres de familia que se juegan la vida si algo va mal», afirma con naturalidad, sin pensar que él está solo a merced del viento a 100 metros de altura.

Todo en Navantia Puerto Real es gigantesco: un millón de metros cuadrados de superficie, uno de los mayores astilleros de Europa, barcos con centenares de metros de eslora, miles de toneladas movidas cada día. Manuel acaba de cumplir 30 años en la empresa y recuerda el Amoco Chicago, un superpetrolero de 300 metros de eslora, como uno de los más grandes. Todo eso queda olvidado cuando hay que compartir un café. «Oye, pon que aquí hay trabajo, que alguno no se lo cree», insiste Manuel.

mabardera@lavozdigital.es