FLOJEZA. Tomás ante su segundo toro.
Toros

Versión fallera sin José Tomás

Corrida sin fuste de Núñez del Cuvillo y dos trasteos caóticos del toreo madrileño en la sexta corrida de Valencia

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De unta pan y moja fue la corrida. No por dura ni por floja, ni por seria ni por triste. Por larga y plana. Espectáculo interminable, aunque la presencia sola de José Tomás tuviera su acento provocador. Dos horas y cuarenta minutos. Estuvo de más casi todo ese tiempo. Una intensidad artificiosa durante la lidia del segundo de la tarde, pero, sobre todo, porque, en el primer turno de José Tomás , trató de saltar al ruedo un espontáneo, que vino bajando desde la grada a tumbos. Con una camiseta de rayas amarillas y rojas. Ese toro resultó, además, el más vivito de los seis.

Casi tres horas para jugarse no sin notable desidia una corrida, o corridita, de Cuvillo, que, con su carita y sus puntas, fue de toros con la edad recién cumplida. Toros con la plaza justa. Impropios de un acontecimiento. Pesó de fondo el papel de la corrida en sí. O su carácter. Su falta de carácter. Nada que ver con el estilo entre agresivo, revoltoso y revirado en que parece fijada la línea de bravo de Cuvillo. O de cualquiera de sus líneas. Y no sólo la falta de temperamento. También la falta de fondo y de cuajo esperados en lo que parecía de antemano un compromiso mayor. Del ganadero y del torero de Galapagar.

Con José Tomás estuvo entregada su gente. Pero la versión de José Tomás fue menor y, a ratos, hasta su propia parodia. La parodia, que es tan fallera. Puesta en pie, los brazos al cielo clamando milagro y henchida de euforia, la mayoría incondicional parecía también la parodia de un público de verdad apasionado. A tiro hecho, la gente jaleó cosas menores: unas chicuelinas bastante ramplonas antes de varas y después de haber sido José Tomas desarmado en el recibo del segundo toro; unos trapaceros estatuarios para abrir faena con ese mismo toro, que no los quería; una carrera hacia atrás y por delante al más puro estilo Fandi tras un desarme, que no fue ni el primero ni el último.

Poca fortuna

Poco afortunado José Tomás en la elección de las distancias y del sitio del toro. Lento para descubrir la mano buena, que era, notablemente, la izquierda. Algún muletazo cambiado de gran trazo, una trinchera gloriosa. Pero muchos tropezones. A todo le faltó un elemental acople.

No mucho más airosa fue la segunda baza. Antes de soltarse el toro, se exigió repetidamente silencio con siseos cómplices. Sshhhh...! El toro salió a cañón pero se desinfló después del primer galope. A pies juntos lo saludó José Tomás en el tercio. Sufrió un desarme. Salió del trance toreando por delante a tirón y aliviándose. No tenía fuerza.

Pero empezaron a sentirse también los votos en contra. En contra de la nula combatividad del toro, que enganchó la muleta cuando José Tomás se puso medio en serio y que se fue derrumbado al suelo al primer tirón forzado. Hubo que colearlo. No se levantaba. Parecía el final. Pero de pronto se puso en pie por su cuenta el toro. Le dedicaron una ovación los incondicionales. Pero ya era de noche. Luz eléctrica. Se echó el toro. Lo levantó el puntillero. Dos veces.

Los compañeros de terna, Vicente Barrera y Tomás Sánchez, se sintieron desde el principio en papel menor. Pero Barrera no quiso ser comparsa, hizo que su cuadrilla hiciera rodar por el suelo al primero de corrida y con el sobrero, tras no pocos pajareos, cuajó una hermosa tanda con la izquierda: ahuecando la pechuga, pero toreando con las bambas y las muñecas sin perder pasos. Con el cuarto, que ni carne ni pescado, se eternizó. Como si la espera fuera a mortificar a alguien. Ni eso. Tomás Sánchez se cansó antes de tiempo con el tercero, un toro rechonchito de cortos viajes y no le halló la manera a un sexto jabonero rebrincado, reponedor, pero sin voluntad ni malas intenciones.