LA GLORIETA

Frikis: todo y nada

Las palabras, como los coches nuevos, pierden su significado de tanto usarlas. Hace tiempo que friki, -del inglés freak, estrafalario, extraño, raro- sufre impotencia de significado, como todas las palabras que ya no quieren decir nada, que es lo mismo que decirlo todo. O sea, ya sabes lo que te digo, me entiendes ¿no? ¿sabes lo que quiero decirte?

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Ahora que a los ingresos se le dice inputs, a cierto buzoneo renovado, below the line e incluso se ha inventado algo para definir multidisciplinar o transversal, friki es una palabra rota y, por tanto, exaspera. Resulta que Carlos Pacheco es un friki de las historietas y mi primo Juan, otro bien grande por saberse la canción de Comando G. Mi señora es también friki porque todavía le gustan los Goonies, la Segunda Guerra Mundial y ve Heroes. Al que escribe se lo llaman por leer cosas de mar y saber que Dumanoir se fue por patas de la batalla de Trafalgar, o por admirar la manera de fumar de Antoñete antes de salir a la plaza, con la montera calada y el Lucky Strike en la comisura.

Friki lo es todo y no es nada. Es la particularidad homogeneizante, el sólo sé que no sé nada de la industria del individuo perdido. Es el pitillo absurdo que se fuma lo mismo después de un polvo bajo un cerezo en agosto que tras el segundo párrafo de esta columna. Y ustedes, pobres adolescentes hormonados, Apolos de la industria, no se vayan a creer la milonga de creerse distintos. Hace quince años, con menos talega, más pelo y tres quimeras menos en la nuca, hubo uno que dijo ser alternativo por escuchar a The Ramones y llevar pintada la carpeta con lemas de los Pistols. Cuando dejó de creérselo, pasó a ser él mismo entre otros. Un friki de tomo y lomo. Como todos. apaolaza@lavozdigital.es