TRABILITRANES

La saeta (1)

Inmersos ya en los días cuaresmales, vamos a utilizar en esta columna su vocación más didáctica, que no sólo de reflexiones y anécdotas vive el ser humano. Nos vamos a centrar en esa manifestación cantada entre el flamenco y la oración, la saeta.

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Posiblemente estamos ante uno de los cantes mejor denominados etimológicamente, pues todos los estudiosos no dudan en la justeza de su nomenclatura. El término deriva de la voz latina saggita, que en castellano viene a significar fecha o dardo. Efectivamente se le ha comparado a la saeta como una certera flecha que una garganta anónima lanza, quejumbrosa, hacia las Imágenes Pasionales, movida por la representación de su dolor. Hubiera sido difícil encontrar una denominación más adecuada.

No obstante, el vocablo, asociado a la manifestación cantada, no aparece en el Diccionario Real de la Lengua Española hasta 1803, en su cuarta edición para referirse a «una copla breve y sentenciosa para excitar a la devoción o la penitencia. Se canta en las Iglesias o en las calles durante ciertas solemnidades religiosas».

No hay que confundir a la saeta primitiva con la actual, ya que la saeta flamenca es relativamente moderna. Las más antiguas son herederas directas de las liturgias pasionales y nos remontan al origen mismo de las celebraciones de la Semana Santa, cuyas primeras noticias corresponden al alto medioevo.

La expansión castellana por Al- Andalus, en tiempos de la Reconquista, llevó aparejada la aparición de una serie de cultos populares que tenían un fuerte carácter didáctico y aleccionador. Las principales impulsoras de este tipo de celebraciones fueron las misiones, como así se llamaban la actividad evangelizadora de los frailes, en especial las órdenes franciscanas y capuchinas, quienes introdujeron y arraigaron con fuerza en Europa la práctica piadosa del Vía Crucis. En cada estación o episodio del mismo era común la ejecución de unos rezos y salmodias litúrgicas de contenido musical.

La estructura itinerante del Vía Crucis dio origen a la procesión, a la que paulatinamente se le iba dotando de elementos varios, entre los que tenía vital importancia las salmodias exhortativas y pregones narrativos, en los que el religioso desplegaba todo su cargamento de recursos oratorios con base en el pregón o romance salmodiado, génesis primera de la saeta.