FALTA DE ESPACIO. Los jóvenes se inician en el sexo a edades cada vez más tempranas, lo que complica su práctica.
Sociedad

¿En tu casa o en la mía?

Aunque hay más libertad, los padres prefieren no enterarse de las relaciones sexuales de sus hijos. Sin embargo, algunos ya aceptan que duerman con su pareja bajo el mismo techo

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Hay quien se la lleva al huerto, quienes se refugian en un rincón del parque o quienes se pillan y se matan en el coche -siempre que no sea un Simca mil, claro-. Nada comparado a la confortable cama. Casi un espejismo para los chicos de 16 ó 17 años, que empiezan a tomar contacto con el sexo casi a hurtadillas. Y es que, a veces, algunos, los más arriesgados, aprovechan que no hay nadie en casa para dar rienda suelta a su pasión. Es algo que trasciende generaciones. Lo que no resulta tan habitual es que los padres sean conscientes de ello. Pero, como decía aquella popular zarzuela, «los tiempos cambian que es una barbaridad» y, hoy en día, las familias se muestran más implicadas en la salud sexual de los jóvenes. Tanto es así que algunos padres empiezan ya a aceptar que sus hijos mantengan relaciones sexuales en su propia casa. Incluso estando ellos en la habitación de al lado. «Es un pequeño porcentaje, pero sí se están dando casos. Ya que saben que su hijo o hija tiene pareja y no pueden negar la evidencia de que los jóvenes se inician cada vez antes en el sexo -en torno a los quince años-, prefieren que tengan relaciones en casa a que lo hagan en un campo o en un coche en plena calle, les da más seguridad». Así de claro lo advierte Marisa Díaz en función de su experiencia como psicóloga y sexóloga, pero también de sus vivencias al otro lado del hilo del Teléfono de Información Sexual.

«O hacen oídos sordos o los dejan solos en casa a conciencia», añade Díaz sobre esta actitud paterna mucho más frecuente y natural en otros países de Europa, donde entra dentro de la normalidad que los ligues duerman en la casa familiar.

«Los padres aceptan que la sexualidad es algo natural y que sus hijos/as tienen derecho a ella como cualquier otra persona o cualquier otro aspecto de su desarrollo», sostiene María José Divols, psicóloga, sexóloga clínica y terapeuta de pareja. La pregunta sería: ¿Es positivo? Los especialistas no tienen duda de que sí, ya que no sólo evita la posible ansiedad y los temores que se producen a menudo entre los jóvenes, sino que, además, favorece tanto la confianza como una sexualidad saludable. Eso sí, según Divols, «sería mejor si realmente los padres y los hijos estuvieran preparados para ello y lo vivieran como algo normal».

El problema es que, en España, paradójicamente, esta incipiente apertura no va unida a un mayor grado de confianza y comunicación dentro de la familia. «Parece increíble, pero sigue siendo un tema tabú que cuesta abordar en casa», observa la psicóloga María del Mar Padrón. Durante su trabajo para el estudio Jóvenes, sexualidad y género, Padrón pudo constatar que la falta de información y los riesgos siguen siendo las principales preocupaciones de los jóvenes.

Un inconveniente

Al margen, claro está, del inconveniente del espacio. «A nuestra edad no tenemos casa y, ahí, a la bulla, que nadie te vea, que nadie te pille... ¿Así no vas a estar nerviosa? Lo que quieres es acabar rápido para irte a casa», aseguraba una de las chicas entrevistadas, que, como otros de sus amigos, no tienen más remedio que recurrir al coche e incluso a camiones abandonados para ver al novio/a. Son los lugares más frecuentados. Tanto que a algunos les sería difícil acostumbrarse a una cama.

«Hacerlo en el coche no quiere decir que sea hacer sexo rápido, lo único que pasa es que es sexo buscado, no surge como puede surgir en el sofá viendo una película, tienes que ir hasta una explanada perdida o el parque...», reconoce Beatriz, en cierta forma, afortunada. No todas las personas pueden relajarse y funcionar adecuadamente en este tipo de condiciones. Como recuerdan los especialistas, es básico contar con un espacio propio en el que se pueda vivir la intimidad con comodidad y regularidad.

Lo que ocurre es que entre los adolescentes y los jóvenes es complicado. A no ser que en casa encuentren complicidad y comunicación, y se les permita invitar a la pareja. Y no es que sea todo el monte orégano. Al contrario. En cierto modo, es una forma de control. El riesgo de contraer enfermedades o la preocupación por el ambiente que rodea a los chicos son factores determinantes para que los progenitores intenten dar más comodidades a sus hijos.

Más libres y maduros

No obstante, la gran mayoría sigue sin tenerlo claro. Según los expertos, una de las claves está en que los padres creen que hablar de sexo empuja a su práctica. «Una verdadera educación sexual no incita a tener mas relaciones sexuales sino que hace que las personas sean más libres y maduras a la hora de tomar una decisión», aclara María José Divols, para quien uno de los principales obstáculos es que los propios padres son los primeros que no han recibido educación sexual.

Es más, muchos piensan que sus hijos saben más sobre estos temas que ellos mismos, o que en la escuela ya se encargan de eso. Sin embargo, no es así. En el colegio, la educación apenas se sale de lo que es estrictamente la reproducción, la protección y los riesgos patológicos. «Las charlas son de una hora, y sólo se habla de lo básico: las enfermedades, los métodos anticonceptivos y poco más», comenta otro de los chicos encuestados por el equipo de María del Mar Padrón.

Y es que, aunque la sociedad es más permisiva que hace unos años, aún existen ciertas lagunas. «No se enseña el conocimiento del cuerpo, la emoción, y, desde mi punto de vista, trabajar en prevención sin trabajar en placer no tiene sentido», opina Marisa Díaz.

Con ella coincide María del Mar Padrón. A su juicio, «no se ofrecen alternativas al modelo coital», cuando existen muchas otras fórmulas de disfrutar, como los tocamientos y las caricias. En el Instituto Andaluz de Sexología, la psicóloga recibe a menudo consultas de jóvenes preocupados ante todo por la primera vez y por cómo tener relaciones placenteras y satisfactorias. Las inseguridades y los miedos están a la orden del día entre los adolescentes.

Pero también el pudor y la vergüenza. Por eso, los amigos y, cada vez más, Internet, se convierten en la primera fuente de información. Con este panorama, los mitos urbanos están servidos. «Los padres tienen miedo de los hijos. Prefieren cerrar los ojos a tener que hablar con ellos de sexualidad, no en la adolescencia, que también, sino desde los seis u ocho años», sentencia Javier Mandingorra, psicólogo clínico y miembro del Instituto Valenciano de Fertilidad, Sexualidad y Relaciones Familiares (IVAF).

Clima de confianza

No en vano, crear un clima de confianza es la recomendación generalizada. «Aunque dé vergüenza, hay que fomentar la comunicación desde que los hijos son pequeños porque ponerse a hablar de sexo, de repente, en la adolescencia no sirve de nada si no se ha hecho antes, lo único que provoca es el rechazo por parte de los chavales», aconseja Padrón.

Ahora bien, ojo con caer en los excesos. Eso de intentar ser colegas no suele hacer efecto. Para Mandingorra, «es una equivocación» el hecho de que los padres pretendan ser amigos de los hijos. Algunos incluso llegan a proporcionarles los anticonceptivos, y, según el psicólogo del IVAF, lo único que consiguen con esta actitud es «trivializar la sexualidad».

Es una opinión. También hay quien piensa que pagarles los condones a los hijos es una forma de ayudarles, porque no siempre los chicos aceptan de buena gana la medida. De hecho, la marcha atrás y la píldora poscoital siguen siendo una de las prácticas más frecuentadas por los más jóvenes.

Nada extraño si se tienen en cuenta los inconvenientes. «Suelen ir deprisa, así que se lo montan como pueden y no planifican», apunta María del Mar Padrón, partidaria de hablar con los hijos desde la propia experiencia.

Y es que no se trata de dar un tratado de anatomía, como explica Mandingorra. «Los hijos, lo que esperan de los padres es que respondan a sus preguntas con sinceridad y naturalidad», indica. Para muestra, la de una de sus alumnas, que preguntó una vez a su padre un tema de sexualidad y él la sentó y le dio, durante más de una hora, una clase magistral sobre la anatomía del sistema genital femenino y masculino. «Ante esto, ya nunca más se atrevió a preguntarle nada», relata.