Cultura

La india queda lejos de triana

El espectáculo de la compañía de Manuela Carrasco deja mucho que desear en todos los órdenes

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Resulta paradójico. Tras la lección magistral de Faustino Núñez en la bodega de San Ginés sobre la deuda del flamenco actual con la escuela bolera y las danzas del país, te encuentras en Villamarta con un pastiche del calado de Romalí. Se abre el telón y aparece un pretendido hermanamiento de la danza del kathak hindú con el baile flamenco que no se sostiene ni con la más aplicada imaginación.

Los últimos espectáculos de Manuela Carrasco tienden a lo mismo, hay mucha transición hasta que sale la deidad dictando sentencia con ese porte racial y contundente. Pero éste, ni siquiera eso. Una obra debe privilegiar al artista principal, que todos los elementos desemboquen en el mayor lucimiento de la intérprete primera pero nunca perjudicarla. Y Romalí es un buen ejemplo de cómo una pésima puesta en escena es capaz de contagiar a una artista de la talla inconmensurable de nuestra Manuela.

Hasta que no baila por soleá, y no ha sido ni mucho menos de sus mejores actuaciones, todo es un relleno malo malísimo. Hubo poco conjunto de las voces con las guitarras, la presencia de una caja machacona (claro, se entiende que de India a Triana pasaron un momento por Perú) y una escenografía ciertamente lamentable con salidas y entradas a destiempo, linternas en pleno acto, personal pasando por detrás del fondo y acoples de sonido por un tubo.

Manuela es demasiado grande para merecer esto. Incluso en tardes aciagas, tiene tal calidad, tal peso en su expresión, que cuatro poses pagan la entrada de sobra, pero nunca justifican que tal artistaza vaya cotejada de oropeles tan baratos.

El baile hindú estuvo representado por Maha Akhtar que tuvo un pase mientras estuvo con los suyos, pero de ahí a ponerla a hace una escobilla por siguiriyas con la mismísima Manuela Carrasco me parece una osadía sin límites. Lamentable.

Otro invitado, El Torombo, estuvo, al menos ofreciendo lo que tiene, baile peculiar, cortito de recursos pero con innegable sabor en las cantiñas que satisfizo a un público cansado de esperar a la Carrasco. Sus apariciones son siempre espectaculares. Esa mirada hierática, la forma de meter los pies, de moverse como si el alma se le fuera en ello. Pero tanto acento en lo gitanista y se recurre al fandango de Frasquito Yerbabuena y verdiales varios con el fondo del Cabalgando de Lole y Manuel. Ni con cola.

Torombo vuelve con la bulería por soleá para que Manuela resuelva más tarde por alegrías con raza, tiene que tirar de ella, tal vez en exceso cuando hay muchos más recursos. Por fin llega la soleá. Y ahí está Manuela tirando de empaque y de garra, le cuesta rematar en exceso pero certifica su lugar de privilegio en la historia del baile, el mismo que no le permite pasearse por el mundo con una obra tan mediocre.