DEVOTOS. Una imagen de los fieles en la iglesia zamorana de San Torcuato durante la misa de doce dominical.
ESPAÑA

Por siempre, Señor

Los fieles de toda la vida, en su gran mayoría personas mayores educadas en la fe católica y sus tradiciones, sostienen en España el rito de la misa de los domingos

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Uno de estos lugares de culto es la parroquia de San Torcuato, situada en el antiguo convento de los trinitarios calzados, junto a la plaza del Maestro. A la iglesia se llega a través de calles estrechas con tiendas de recuerdos, zapaterías y bares de batalla que anuncian perdices y tiberios. San Torcuato tiene una austera fachada de piedra, un campanario con cigüeñas y hasta un joven mendigo rumano que pide junto a la entrada. Se llama Mirelio y gasta una expresión equívoca.

Uno no sabe si sonríe o es que le castañean los dientes por el frío. Tampoco se sabe si se ríe o se está helando cuando algunos parroquianos le dicen que se busque un trabajo en lugar de andar por la vida de pobre. Tras oficiar la misa de niños, José Antonio Prieto entra en la sacristía y se quita la casulla verde propia del Tiempo Ordinario. Un reloj de pared marca solemne las once y cuarto. El párroco de San Torcuato es un hombre conocido y respetado en Zamora.

Durante casi medio siglo ha sido capellán, alternativamente, de las cofradías de La Borriquita, Nuestra Madre de las Angustias, Jesús en su Tercera Caída, Santísimo Cristo de la Buena Muerte, Santo Entierro e incluso de la Sección de Damas de la Soledad; una dedicación sin reservas a la Semana Santa que el pasado año le valió el título de Barandales de Honor.

Buen conversador, don José Antonio se lamenta de que no exista una relación directa entre el fervor que se observa en Zamora en las procesiones y el cumplimiento de los sacramentos. «Aquí la gente puede estar todo el año trabajando para la Semana Santa».

Pérdida de valores

Los cupos de admisión están cerrados en las cofradías. Pero luego eso no se traduce en práctica religiosa. Yo pido la partida de bautismo.

Porque la Semana Santa es una manifestación de la fe de los cristianos. El que no es cristiano no pinta nada», dice.

Un monaguillo entra con el cepillo de la colecta. Hay que seguir sumando hasta llegar a los 60.000 euros que ha costado el proyecto de pintura, iluminación y megafonía de San Torcuato, que incluye un revolucionario sistema de audición para los usuarios de audífonos. Sentado bajo un gran lienzo de la crucifixión, el párroco dibuja un panorama del mundo lleno de sombras. «El materialismo y el ateísmo se van imponiendo. Esto es la globalización. Al que va a misa o comulga casi se le mira con desprecio. Los jóvenes están ausentes y los valores cristianos se pierden. Yo siempre digo que uno de los problemas es de formación.

Los fieles deben formarse más porque, de lo contrario, te convence cualquiera. La fe del carbonero no debe valernos», sostiene.

Don José Antonio reconoce que algunos sectores eclesiásticos han politizado en exceso actos como la concentración por la familia en Madrid, pero considera injustas las críticas a la Iglesia. «La separación Iglesia-Estado me parece bien. Cada uno, en su sitio. Pero sólo faltaría que la Iglesia no pudiera expresarse sobre cuestiones fundamentales. ¿Cómo no vamos a dar nuestra opinión sobre la familia o el aborto? Es evidente que la familia está amenazada y lo peor es que la gente reacciona con pasotismo. Mira, si hasta esa famosa actriz ¿Cómo se llama? La que estuvo casada con un conde Ana Obregón. Hasta ella dijo que un niño necesita un padre y una madre, no dos padres o dos madres. Es que lo dice la Biología y la Psicología. Y qué decir del aborto. Dicen algunas mujeres que con su cuerpo pueden hacer lo que quieran. Pero con lo que está en su cuerpo y no es suyo no tienen derecho a nada. Lo que ocurre es que los más inocentes ya no cuentan. También a los viejos hay que cepillárselos. Contra eso, no podemos callar», sentencia.

Crisis de vocaciones

Un anciano sacerdote entra en la sacristía y saluda al párroco. Va a celebrar la misa de doce. Poco a poco, el templo se va llenando. Casi en su totalidad, la feligresía está compuesta por matrimonios mayores que han llegado a la iglesia cogidos del brazo, como toda la vida. Ellos con sus abrigos y sus bufandas, ellas con sus pieles, bien maquilladas y peinadas, elegantes para un rito que es también una presentación semanal en sociedad.

El cura abre los brazos, recortado sobre un retablo barroco de maderas doradas en cuyo centro sobresale un medallón de la Santísima Trinidad. El Evangelio recuerda este domingo el día en que Jesús se estableció en las tierras de Zabulón y Benjamín. Allí, junto al lago de Cafarnaún, captó para su causa a Simón y a Andrés, y luego a Santiago y a Juan, los hijos de Zebedeo, y los convirtió en pescadores de hombres. La lectura sirve para hablar de la crisis de vocaciones. Desde la sacristía, don José Antonio reconoce que cada día son más los pueblos de Zamora a los que ya no llega el cura y los cristianos tienen que reunirse por su cuenta los domingos y las fiestas. Celebración de la palabra en ausencia de presbítero, se llama la ceremonia.

«La crisis de vocaciones afecta a toda Europa. En Zamora somos ochenta curas, pero dedicados a la tarea sólo quedamos unos treinta. La media es mayor de sesenta años. Este año se ordenarán dos. El año que viene, uno. Y el siguiente, ninguno», se lamenta.

A la una menos cuarto, en San Torcuato se escucha el «podéis ir en paz». Mientras los fieles dan gracias a Dios, sonriendo o tiritando, Morelio se prepara para su colecta de calderilla y para recibir alguna que otra cristiana reconvención. Las cigüeñas repican en el campanario cuando Andrés Almeida y su mujer, Isabel Fernández, salen de la iglesia. Tras cuarenta años en Durango, volvieron a Zamora después de la jubilación. Son fijos en la misa de doce, pero se saben partícipes de una tradición crepuscular, ajena a los tiempos que corren.

«Como los curas no cambien no hay nada que hacer. Nosotros lo mamamos de niños y, si no venimos a misa, sentimos que nos falta algo. Pero los jóvenes no quieren saber nada. Y no es que ya no vengan niños. Es que tampoco vienen sus padres. Venimos los abuelos».