opinión

Vuelta de Hoja | El club de los descontentos, por Manuel Alcántara

El español terrible, descrito por Luis Cernuda «con su piedra en la mano», no tiene problemas para arrojarla: para apedreado le sirve cualquiera. La víctima, que por cierto es otro español si bien menos terrible, depende de la época. Podría decirse, como en los platos de los restaurantes, eso de «según mercado». Si todos los anti formaran un club sería inútil reservar el derecho de admisión: entrarían los nuevos socios forzando las puertas.

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No se sabe si en todos los tiempos ha existido un número equivalente de descontentos, pero quizá no porque en esta arisca península nunca ha habido tantos habitantes. Nuestro mayor déficit es de cordialidad.

Llevarse bien con los que no piensan exactamente igual que nosotros no ha venido siendo una de nuestras características y el célebre individualismo hispánico consiste en no tolerar no sólo al que pertenece a un partido rival o no pertenece a ningún partido, sino al que se ha afiliado al mismo y unas veces se llama camarada, otras compañero y otras colega.

Una prueba entre muchas es que la mitad de los votantes del PSOE no desea que se amplíen las condiciones establecidas en la legislación para permitir el aborto voluntario. Acaso y eso no deja de ser confortador, los partidarios de todos los diferentes partidos estarían unánimemente de acuerdo en que las madres de algunos líderes del grupo opuesto hubieran sido partidarias de la interrupción del embarazo.

Mientras no nos llevemos mejor va a sernos muy difícil llevar la carga entre todos y España pesa lo suyo. Seguimos tirando cabras -o pavas- desde los campanarios y seguimos importando delincuentes, pero esas costumbres se acompañan de otra vieja tradición: la de tirar por la borda las cosas que hicimos bien.