Opinion

ETA no ceja

El hallazgo por parte de la Policía vasca de un bidón lleno de explosivos y preparado para explotar vuelve a confirmar con hechos el anuncio que la banda terrorista ETA hizo al dar por finalizado el alto el fuego: que su determinación iba a ser golpear al Estado en todos los frentes. Los períodos de inactividad de la banda no han indicado nunca falta de voluntad de atentar. Sólo constituyen, tal y como ha demostrado reiteradamente la experiencia, o bien un signo de incapacidad para poder actuar o bien un cálculo interesado sobre cómo y cuándo hacerlo. Sin embargo, y a tenor de los resultados del sondeo hecho público ayer por el CIS, la sociedad tiende a elevar o bajar la guardia sobre las consecuencias del terrorismo en función de los atentados que ETA comete. Los picos de preocupación social coinciden siempre con la cercanía de un atentado, mientras que la inquietud se relaja cuando la banda no atenta. Pero no sólo a la ciudadanía le ocurre esto. También algunos responsables políticos, cuando los períodos de inactividad terrorista se prolongan, se sienten tentados a especular sobre presuntas crisis de la banda o supuestas presiones de su entramado político.

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Frente a este relajamiento de la conciencia social y estas interesadas tentaciones políticas, la naturaleza misma de una banda terrorista evidencia que su pretensión esencial es la de hacerse presente con atentados siempre que pueda y lo crea conveniente para sus criminales intereses, por lo que nada desarma y desmoviliza más a una sociedad que el hacerla creer lo contrario. Mientras ETA no anuncie su definitiva disolución y haga entrega de las armas, su voluntad de atentar ha de darse por descontada, y a nadie debería permitirse especular con ninguna otra posibilidad. El riesgo está ahí y no puede minimizarse. Por fortuna, las Fuerzas de Seguridad del Estado están demostrando regirse por esta convicción, acompañando su vigilancia preventiva con éxitos que contribuyen a fortalecer la confianza de la ciudadanía. Su labor resulta primordial en la tarea común de eliminar la violencia de nuestro país. Pero, para aumentar aún más su eficacia, resulta imprescindible que sientan el arrope de una sociedad consciente de la amenaza que la acecha y de unos responsables políticos unidos en la consecución del único objetivo que cabe perseguir, que no es otro que la erradicación pronta y definitiva del terror.