COMPARECENCIA. Prodi se dirige al Parlamento italiano para pedir un voto de confianza. / EFE
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Prodi afronta mañana la votación que decide su caída y dirige Italia hacia un limbo político

Solicita la confianza del Parlamento, un trámite que salvo sorpresa constatará que carece de la mayoría en el Senado y le obligará a dimitir Las opciones serán comicios anticipados o un Gobierno de transición

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El primer ministro italiano, Romano Prodi, empezó ayer con los trámites de su funeral político, pero ya se sabe que la burocracia en este país es parsimoniosa e imprevisible. Habrá que esperar al menos dos días, a la decisiva votación de confianza de mañana en el Senado, para tener el certificado de defunción, año y medio después de las elecciones de abril de 2006. La fuga del democristiano Clemente Mastella y su partido personal, el Udeur, con sus tres senadores, ha dejado a la precaria coalición de centro-izquierda sin mayoría en esta Cámara, donde sólo tiene dos escaños de ventaja. Pero hasta que no se vote no hay que jurar que el Gobierno está acabado, porque Prodi estaba ayer extrañamente sonriente, como si guardara un as en la manga. «Soy optimista», dijo. Aquí nunca se sabe.

Pero, salvo sorpresas, todo ha terminado. En Italia el Senado tiene el mismo peso que la Cámara de Diputados y Prodi debería dimitir. Luego se abriría un tiempo de duración incierta en el que los partidos se emplearían a fondo en el deporte nacional: marear la perdiz pensando en sacar tajada. Ayer ya empezaron. Quizá haya elecciones anticipadas o un gobierno de transición, técnico o institucional, con la misión de aprobar un sistema electoral decente y luego ir a las urnas. Como mínimo, Italia se parará un par de meses.

Seguir los trámites

El sistema electoral es la clave de todos los movimientos. El vigente es desastroso, pues favorece a los pequeños partidos y genera inestabilidad. En fin, lo que está pasando. Para eso lo pensó Berlusconi al aprobarlo antes de las elecciones de 2006, para hacerle la vida imposible a Prodi. De hecho, el mismo autor de la ley lo bautizó como una «cerdada». En ese sentido, ha cumplido perfectamente su función.

Prodi no ha dimitido enseguida, prefiere seguir la vía formal y contar los escaños. Compareció ayer en la Cámara, equivalente al Congreso, para pedir su confianza. Luego, tarde libre para sus señorías. Se votará hoy. Pero en este órgano la mayoría de Prodi es holgada, es en el Senado donde se debe constatar el batacazo. Pero no hay prisa, allí la votación de confianza será mañana. No temprano, sino por la noche. Son las primeras pérdidas de tiempo de un país con la economía enferma, que vuelve a pararse y que, más aún, no sabe cuándo volverá a arrancar.

Un panorama confuso

El panorama es el siguiente. Prodi querría seguir, claro. A su sucesor Walter Veltroni, líder del nuevo Partido Demócrata (PD) y con quien está en guerra por el protagonismo, le gustaría tomar ya el relevo, pero prefiere que este Gobierno o uno de transición cambie de una vez el sistema electoral. Al resto de la izquierda, partidos pequeños, no le importa ir a votar ya, pues el sistema antiguo les permite sobrevivir. En la oposición, Silvio Berlusconi, líder de Forza Italia, pide comicios anticipados porque, con ser el sistema electoral un horror, su alianza es algo más compacta y, según los sondeos, va tan sobrado que espera ganar con margen suficiente. Sus socios, Alianza Nacional y la Liga Norte, están con él, pero no los democristianos de la UDC de Pierferdinando Casini. Ellos quieren un Ejecutivo de unidad nacional, que afronte algunas reformas urgentes, y quizá de aquí salgan apoyos para ello. Dicho esto, al final todo puede ser al revés. En Italia predomina la pantomima.

Puesta en escena oficial

De momento, la votación del Senado de mañana será la puesta en escena oficial de la caída de Prodi. Aquí hay que coger la calculadora. El centroizquierda tiene 158 escaños. Berlusconi y el resto del centroderecha, 156. Esta mayoría raspada ha atormentado al Gobierno desde que nació, porque en algunas materias alguno de los nueve partidos de la coalición podía enfadarse y votar en contra. Ocurrió hace un año con dos comunistas que se oponían al envío de tropas a Afganistán. Por eso han resultado decisivos los siete senadores vitalicios, un cargo honorífico para ex jefes de Estado y personalidades políticas, sociales o culturales. Sus gustos se reparten así: cuatro suelen apoyar al Gobierno y tres, depende de cómo se levanten. Son el empresario Sergio Pininfarina y los ex presidentes Andreotti y Cossiga, que como se ve aún cortan el bacalao a sus 89 y 79 años.

En resumen, el Ejecutivo ha dependido del humor de exaltados, del chantaje de partidos enanos y de la salud de unos venerables ancianos. Una tropa imprevisible. Lo que ha pasado, tras 18 meses de equilibrios, es que Prodi ya no cuenta con los tres senadores del partido chantajista y enano por excelencia, el Udeur. Nuevo cuadro: pierde con 155 escaños contra 159. Y ya hay otros disidentes que anuncian más votos en contra. Parece que esta vez al Gobierno no le salvan ni los colegas vitalicios.

La sombra del Vaticano

¿Por qué el ínclito Mastella ha dado el golpe de gracia al Gobierno, tras diez años de alianza, precisamente ahora? Es para salvarse de una reforma electoral que le borraría del mapa y seguro que ahora se pasa al bando de Berlusconi, teóricamente ganador. Pero hay dudas sobre la elección del momento, porque no lo ha argumentado nada. Ha sido de repente. Era el ministro de Justicia hasta la semana pasada, cuando dimitió al ser investigado por corrup- ción junto a su mujer y varios cargos de su partido.

En su victimismo dice que no ha sentido la solidaridad de sus aliados. Prodi le desmintió ayer, y también le reprochó haberse enterado por la tele de su ruptura. Curioso: Mastella llevaba dos días sin responder al teléfono al primer ministro, pero en el Vaticano ya sabían que iba a darle puerta. En Italia se habla del posible papel subterráneo en la crisis de la Iglesia, tras haber torpedeado al Gobierno desde el principio y a raíz del reciente incidente del Papa en la Universidad de Roma. Ayer mismo, en sintonía con Mastella, los obispos italianos lanzaban un ataque sin precedentes al Ejecutivo.