FRIALDAD. Hillary Clinton y Barack Obama revisan sus notas durante un descanso del debate televisivo organizado por la CNN. / EFE
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Hillary desentierra a Reagan

La ex primera dama y Obama protagonizan un acalorado y arrabalero debate televisivo en el que el ex presidente fue usado como arma arrojadiza

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Ronald Reagan, desde su tumba, ha sido capaz de realizar un último servicio al Partido Republicano. El ex presidente fue recuperado en la noche del lunes -madrugada de ayer en España- por las primarias hacia la Casa Blanca. Reprogramado, como hacen de vez en cuando las televisiones por cable estadounidenses con los westerns de serie B que protagonizó. Su espíritu fue convocado por los demócratas, concretamente por Hillary Clinton, para apedrear a Barack Obama en un debate ante las cámaras de la CNN en el que también participó John Edwards sin que lograra que ningún espectador se percatara de ello.

La proximidad de la cita clave de Carolina del Sur -el sábado- provoca que la ex primera dama y el senador de Illinois recurran a su mejor artillería. Ésa que, a falta de poder mostrar un trapo sucio localizado en el dormitorio del rival, recurre a insultos y descalificaciones. Ambos coincidieron en exhibir falta de imaginación a la hora de ganar espacio electoral en un estado proclive al afroamericano. Una derrota le apartaría definitivamente de la carrera, mientras que una victoria frenaría el ahora fácil caminar de Hillary.

El nivel de las críticas se ha elevado, aunque sólo con el argumento del «y tú más» infantil. Y de ello se benefician los republicanos, desde el regular Romney hasta el desaparecido Giuliani pasando por McCain, contemporáneo de Reagan. Ven cómo los rivales en la cita definitiva con las urnas de noviembre se desgastan fratricidamente.

Ante las cámaras Hillary y Obama optaron por desdeñar temas candentes como la economía o la guerra de Irak para desenterrar a Reagan. La senadora por Nueva York centró sus críticas en los elogios que el candidato negro dedicó al presidente del Iran contra, que, en opinión de Obama, «cambió la trayectoria de Estados Unidos».

-«Pensé que no tenías ninguna idea política. Ahora estoy convencido de que sí las tienes. Pero son malas ideas», dijo Mrs. Clinton.

-«Yo nunca elogié a Reagan. Simplemente dije que fue capaz de unir a rivales políticos», respondió el antiguo baloncestista. «Tú marido sí que habló de Reagan», añadió.

-«Aquí estoy yo y no él», respondió ella.

-«A veces no sé con cual de los dos compito», replicó Obama.

En una clara señal de la exasperación por el papel que Bill Clinton juega en la campaña de su cónyuge, el político de Chicago adoptó una estrategia agresiva que le alejó del aire positivo y de esperanza que le ha caracterizado hasta ahora y que, según los analistas, lejos de movilizar a sus seguidores en Carolina del Sur, puede hacer que simplemente se quede con los votos del 30% de la población negra ya conquistada.

Porque aunque a la salida de la ciudad del juego un cartel reza que Lo que ocurre en Las Vegas, se queda en Las Vegas la batalla ya no será de caballeros ni de señoras. Obama no felicitó a Hillary por su triunfo en Nevada. La elegancia murió en el desierto de Mojave, de sed, por supuesto. Sed de poder que desveló una campaña de amenazas, insultos por radio y engaño de los votantes más ignorantes.

Y es que los caucus escribieron páginas, como mínimo sospechosas. «Caóticos, sucios e irregulares», los calificó el principal periódico del estado. El súmmun lo protagonizó el colegio que acogió cómo los partidarios de uno y de otro se jugaron la victoria a la carta más alta de una baraja de póquer sin estrenar. Obama sacó el diez de picas y Clinton la reina de corazones.

Las demostraciones de mal gusto se repitieron hasta el final del debate de la CNN en un tono que el moderador se vio en muchas ocasiones incapaz de controlar a pesar de la ayuda de Edwards. El tercer demócrata en discordia, sin que lograra meter prenda, se limitó a pedir paz y a recordar que él también estaba allí. Nadie le escuchó.