Opinion

La hora del ferrocarril

Las nuevas líneas del AVE a Málaga y Valladolid están recibiendo una aceptación muy positiva en el primer mes de funcionamiento alcanzando una ocupación media del 52% y captando un importante número de viajeros que antes optaban por las aerolíneas o el vehículo privado.

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El incremento de la demanda que también se ha registrado en las líneas de la cornisa cantábrica que utilizan trenes Alvia sin trazado de alta velocidad, aunque reducen en una hora el trayecto con destino u origen Madrid, apunta una auténtica revolución en el transporte de pasajeros. El hecho de que el número de viajeros entre San Sebastián, Vitoria y Bilbao con Madrid haya crecido un 231%, un 207% y un 124% respectivamente, no constituye una mera respuesta a la novedad sino que expresa la presión de una demanda de medios rápidos y seguros en una época donde el uso privado del automóvil satura las carreteras y ha perdido buena parte de su atractivo de medio rápido y seguro. Los incrementos de viajeros han sido menos espectaculares en el caso de Málaga (70%) o de Valladolid, Burgos, León, Oviedo, Gijón y Santander, aunque ninguno de ellos inferior al 30%, apreciándose, en todos los casos, que la alta velocidad no es mero recurso del turismo de fin de semana sino medio en alza para viajes de trabajo. Aunque la alta velocidad supone únicamente el diez por ciento del total de la red ferroviaria -incluido el trazado a Barcelona-, su papel como elemento dinamizador y núcleo del sistema de transportes se adivina determinante para la cohesión social y territorial de España y al tiempo un gran estímulo para el desarrollo económico.

Pero en el proceso de modernización y agilización del transporte ferroviario, la alta velocidad es un elemento necesario pero no suficiente, porque se precisan también transportes públicos interurbanos, itinerarios alternativos en desplazamientos transversales, accesibilidad a zonas de poca población y potenciación del transporte ferroviario de mercancías, recién liberalizado, con ancho de vía europeo. Se trata de metas ambiciosas pero, según demuestra la experiencia, responden a las exigencia de la ciudadanía y -precisamente por esa razón-, requieren de una planificación y ejecución más armónica entre las administraciones de lo que últimamente se ha conseguido.