LA GLORIETA

Mala suerte, Mustafá

Llamarse Mustafá y tener prisa son dos circunstancias poco recomendables para un ser humano en los tiempos que corren. Tener la excéntrica costumbre de dejar el coche abierto y llevar un texto en árabe colgado del retrovisor (donde otros ponen a San Cristóbal) no hace más que empeorar las cosas.

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Hace unos días, las alarmas saltaban en la Delegación de la Junta por todo ese cúmulo de factores. El conductor del vehículo, un joven marroquí residente en Chiclana, ni se enteró de la película que se montó cuando él salió con prisa para entregar unos papeles.

Policías de todos los cuerpos. Los tedax. Los vigilantes privados. Los curiosos. Los periodistas. Por faltar, sólo faltaban los helicópteros.

A todo esto, Mustafá seguía caminando por el casco antiguo con su carpeta llena de documentos (que no de bombas), ajeno al rodaje de La jungla de cristal que se desarrollaba a escasos metros.

Cuando Mustafá volvió a por su coche, se encontró la pegatina en el suelo. La grúa se había llevado el coche, al que además le iban a sacar las huellas dactilares, amén de unos papelillos que retiraron de la guantera.

Mustafá -y en esto sí somos iguales españoles y marroquíes, no me lo negarán- puso cara de póker. Esa expresión entre incrédula y atontada que se le dibuja a uno en la cara cuando se encuentra el amable aviso de los agentes locales de que pase por su ventanilla a pagar y retirar. Es probable que el chaval pensara en la bronca que le iba a echar su hermano, que vive en Italia y es el dueño del coche. O vete tú a saber. Qué mala suerte, sahabi. Mira que irte a llamar Mustafá.