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Perversa simetría

El lehendakari, que solía lanzar su mensaje navideño a finales del año, anticipó esta vez su comparecencia al día 24 de diciembre, quizá para no ser menos que el Rey, que desde su llegada al trono pronuncia una alocución de Nochebuena. Ibarretxe insertó su intervención en un blog incluido en una equívoca web del Gobierno vasco -www.konpondu.net-. En definitiva, y en consonancia con toda esta página de Internet dedicada al llamado conflicto, el jefe del Ejecutivo vasco desarrolla un sorprendente análisis del presente y ofrece como solución a los problemas su consulta popular, anunciada para el 25 de octubre, haya o no acuerdo con el Estado. El ya conocido como plan Ibarretxe II. El nacionalismo suele ser escasamente imaginativo y pocos de los argumentos que utiliza con tenacidad y machaconería son capaces de llamar la atención de quienes asistimos al espectáculo con mayores o menores dosis de la orteguiana conllevancia, que resulta de cualquier modo indispensable para sobrellevar la experiencia. Sin embargo, en esta ocasión, la pieza retórica de Ibarretxe resulta llamativa por ecléctica y equidistante hasta lo insoportable, por realizar una descripción de la realidad que resulta sencillamente inaceptable.

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No es la primera vez que tal ocurre, ni será la última que este personaje atrabiliario, que afirma disparates con la misma serenidad con que se hace un comentario de ascensor sobre la meteorología, equipare a ETA con los tribunales, a los terroristas con las víctimas del terrorismo, a los asesinados con los verdugos. Pero no por ello cabe ya más resignación ni más silencio. En los últimos tiempos, han salido a la plazuela pública de la prensa algunos intelectuales airados -Antonio Elorza ha sido uno de los que más sensatamente ha gritado desde un periódico- a poner de manifiesto que ha pasado el tiempo del conformismo y de la indiferencia, por la sencilla razón de que ciertas expansiones contra la democracia, contra las reglas de juego que nos hemos dado, contra un modelo de convivencia basado en unos valores irrenunciables, han rebasado ciertos límites, de forma que conviene poner los pertinentes diques a tanta y tan frívola osadía.

Ha pasado la hora de los silencios escépticos, de la indiferencia dolosa, de ese tan frecuente mirar hacia otro lado que ha envalentonado a los más radicales, que han llegado a pensar que no encontrarían resistencia al avance de sus pretensiones disparatadas. Es el momento de salir al paso de los iluminados y de los histriones, de defender explícitamente unos modelos de civilización y unas fórmulas de convivencia que nos resultan entrañables a la mayoría y cuya funcionalidad ha hecho posible el milagro español, este desarrollo económico, político y social que nos ha situado a la cabeza del mundo desarrollado. No hemos de permitir que unos fanáticos, que en realidad explotan sigilosamente la huella desolada que deja el terrorismo, tuerzan ese camino de prosperidad y de libertad.