TENDER PUENTES

Primer aniversario del fallecimiento de Alfonso Perales

El mejor homenaje que, en mi opinión, podemos ofrecer a Alfonso Perales, en el primer aniversario de su fallecimiento, es la organización de un seminario permanente que propicie la prolongación y la profundización en aquellos mensajes que, con sus palabras escuetas y con sus comportamientos coherentes, ha transmitido a todos los conciudadanos que, con independencia de sus respectivas ideologías, están preocupados por el estudio y por la explicación de los principios, de los criterios y de las normas que, en estos tiempos, han de orientar los comportamientos éticos, sociales y políticos.

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Propongo que, para mantener vivo el testimonio de aquel fajador de fuste -un historiador que vivió consagrado a la política- sería oportuna la creación de un espacio de reflexión sobre filosofía, historia y política o, quizás, sobre historia del pensamiento político. Sin duda alguna sería un sugerente estímulo para mantener viva su gratificante memoria y, además, una alentadora sacudida de esas ilusiones que, quizás de una manera tácita, siguen latentes en muchos de nuestros conciudadanos. En nuestra Provincia tenemos una amplia gama de especialistas que, desde distintas perspectivas académicas, podrían arrojarnos mucha luz sobre los caminos que hemos de transitar para mejorar nuestra vida humana haciéndola más razonable, más justa y más gratificante.

En mi opinión, la manera más adecuada de seguir recordando y agradeciendo la lección de su vida y la validez de aquellos pensamientos que pretendían sembrar justicia, hacer crítica y rehacer sueños, no es entonar hiperbólicos elogios sino prolongar y ahondar en aquellas ideas que son capaces de orientar nuestras acciones hacia la resolución de los problemas que aquejan a la sociedad y hacia la colaboración solidaria para alcanzar la mejora de la convivencia.

Alfonso gastó su vida en ellas y se la jugó diciendo con claridad y con valentía lo que pensaba; por eso hemos de evitar que muera, y, por eso, hemos de que trabajar para que su testimonio siga vivo en las conciencias de muchos de sus conciudadanos y, por eso, deberíamos buscar las fórmulas para que sus palabra sigan resonado en el imperecedero reloj de nuestro tiempo. Él luchó con serenidad y con denuedo contra su mal y contra nuestros propios males, y, en esta difícil lidia siempre nos acompañó con su lucidez. Recordemos cómo, tanto su decir como su obrar estaban impulsados por su decisión inicial de combatir contra el monstruo de la maldad, de la injusticia y de las desigualdades.

Hasta el último soplo nos dejó un testimonio verdaderamente resplandeciente de luchador, de militante decidido a reconquistar en nuestro mundo un lenguaje de entendimiento. En estos momentos de confusión, hemos de subrayar los sentimientos de gratitud y hemos de acordarnos de sus estimulantes invitaciones para que conviviéramos y, en la medida de los posible, para que participáramos de su lenguaje que era, al fin y al cabo, el de entenderse y el de atender a los que muy pocos atienden.

Alfonso se fue demasiado pronto pero en nosotros está la posibilidad de que su trabajo, su energía vital, su coraje y su viveza se prolonguen. Como es sabido, por la política unos pasan, otros escalan, algunos se instalan y muy pocos dejan huella. Alfonso las ha dejado y de nosotros depende que sus compromisos sigan vigentes y de que sus pisadas no se borren. Al evocarlo hoy, aún adivinamos una sonrisa franca -y, a veces, levemente maliciosa- y aquella voz decidida a anticipar nuevas ideas o algún proyecto innovador. Siempre adelantando al tiempo, al final, éste le ha faltado.