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Aída

Ha vuelto a pantalla Aída, la serie suburbana de Globomedia que emite Telecinco. El estreno de los nuevos episodios fue triunfal: casi seis millones de espectadores. Lo más visto de la semana en Telecinco. Estamos ante uno de esos productos que marcan estilo. Aída es una serie muy poderosa. Telecinco seguirá dedicándole su prime time dominical. El negocio está asegurado. Por consiguiente, nadie podrá molestarse si expongo sin tapujos mi humilde opinión de crítico marginal. Ahí va: Aída me produce una repulsión insoportable. No la serie en su conjunto, sino el capítulo que vi este domingo noche.

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Aída recomienza con un argumento de impacto: la vuelta al alcoholismo. El hundimiento físico y moral de la protagonista, literalmente ahogada en alcohol, es desolador. Los guionistas dirán que tratan de aportar una perspectiva nueva a la lucha contra el acoholismo. Me da igual. Lo que se ve en la serie es que presentan a una lamentable alcohólica como sujeto de chanzas sin fin, llevando el rotulador grueso hasta extremos abominables como, por ejemplo, la escena de la despedida del trabajo.

No termino de entender cómo puede presentarse en guisa cómica una situación tan trágica. Vale lo mismo para el entorno familiar de la protagonista, despreciada por sus hijos y aborrecida por su madre. Es verdad que alguna vez se dicen que se quieren: sucede en una escena en la que Aída y su hija coinciden, borrachas, en el portal de su casa. La escena es como para incluirla en cualquier especial de Doce meses, doce causas. En la periferia del drama, los personajes van acentuando sus rasgos más miserables hasta llegar al abuso argumental.

La abuela se caracteriza por rajarse unos pedos de impresión. Chusma, digo Luisma, lleva su estupidez criminal hasta el extremo de planear el asesinato de Mauricio, pero quien termina siendo víctima de todos los intentos es el chino. Y así sucesivamente. Es difícil encontrar reunida en una sola serie mayor colección de bajas pasiones, miserias y podredumbres humanas.