EL MAESTRO LIENDRE

Cuando un Casino se va

Cuesta trabajo escribir, aún con el corazón encogido como de frío, cuando está caliente todavía el último cadáver ilustre que la eterna decadencia de Cádiz deja como herencia a sus hijos huérfanos. Resulta imposible alejar los sentimientos para tratar de rebuscar razones y causas cuando el cerrojazo está tan cercano en el tiempo. Es una utopía tratar de abstraerse a tan brutal impacto. Pero es inútil ignorarlo. Habrá que vivir con eso. El Casino Militar ha cerrado. Si no basta con esas dos palabras, las que formaban su bello nombre, para describir lo que ha significado para millares de gaditanos, habrá que recordar lo mucho que ese tipo de lugares de encuentro aportó a la sociedad andaluza en los últimos 80 años. Del recinto ubicado en la calle Ancha -esa vía como exportada de Tokio, tan llena de pulso vital, sobre todo cuando claudican los últimos rayos del sol-, han salido algunas de las mejores ideas de difusión, participación o integración, algunas de las más brillantes actividades colectivas que la ciudad haya tenido, impulsadas por ciudadanos de un compromiso y una generosidad acordes al privilegiado lugar, geográfico, que ocupaba en la localidad.

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Bien es cierto que tampoco es ninguna excepción. En otras ciudades andaluzas, en otras céntricas arterias de cada capital, de cada gran pueblo, también hay ejemplos similares, casinos (o círculos, que también se les llama) que han ejercido durante tiempos convulsos como refugio del pensamiento, la solidaridad, la concordia, el trabajo colectivo puesto siempre al servicio de la comunidad en la que están imbricados.

Esa contribución era la forma más lógica de devolver a sus vecinos algunos de los merecidos privilegios recibidos durante años. La sensación de vacío y terrible desamparo que ahora cunde en Cádiz sería idéntica si hubiera cerrado uno de Jerez o Sevilla. Todos comparten un nervio común. En una sociedad tan desarticulada, tan poco dispuesta a organizarse hacia cualquier objetivo común, los casinos ocuparon, ocupan, un espacio aglutinador imprescindible. Para colmo, son recintos en los que abundan fieles lectores de prensa diaria de cualquier orientación, de esos capaces de admitir cualquier opinión. Hasta en lo estético, han sido, son, espacios resistentes a la modernidad impostada y a los horrores del progreso. Sus responsables supieron, saben, conservar el sabor de la memoria en sus sofás inalterables, en sillones con trienios y vetustos ventanales de doble dirección.

Tras lo vivido, o lo morido, el pasado viernes sólo caben dos consuelos. El primero es que el cierre del Casino no sea contagioso y respete la vida del que tiene enfrente -ése es gremial- y del que está en San Antonio. No lo quiera Dios. El segundo alivio es que ya hay ofertas para ocupar el edificio y tomar el relevo en su actividad social, en su infatigable impulso colectivo de aportación a la ciudad: el Ateneo de Cádiz podría estar interesado en ocuparlo y el Club Social de Funcionarios del Ayuntamiento, también. Resulta imposible hallar dos opciones mejores para conservar el entusiasmo vital que la finca transmitía a la ciudad. Ojalá acierten los responsables. No es fácil elegir entre papi y mami.

Bodas reales

Es necesario acudir prestos al heróico rescate del Casino, para que no se reproduzcan decepciones en la reutilización de los edificios singulares del patrimonio gaditano. Como en el caso del Centro Cultural Reina Sofía, antiguo Gobierno Militar, que era una de las mayores esperanzas para potenciar los equipamientos culturales de la ciudad.

Lo último que se ha sabido sobre sus usos es que el Ayuntamiento estudia trasladar a estas instalaciones las bodas civiles que tienen desbordada la Casa Grande de San Juan de Dios. Está muy bien eso de llenar el histórico inmueble de alegría marital a estrenar, pero algunos esperábamos más que lluvias de arroz, alguna representación aislada del FIT o Cádiz en Danza y visitas concertadas.

Tampoco pasa nada. Para ser positivos (más que un catión), cabe recordar que hay tiempo para todo. Quedan más de cuatro años para 2012 y más de doce para 2020.

Lanzados por Londres

La obra de remodelación de la Plaza de Abastos ha tenido un efecto positivo entre los gaditanos: desperdigar a los coros y a las chirigotas ilegales por todo el casco antiguo, creando un nuevo ambiente de magia y coplas que apenas se recordaba por febrero. Más allá de ese hallazgo, nada que tenga que ver con los que venden y los que compran. La carpa provisional, tan estrecha, tan insuficiente ella, supone otra penuria que añadir a la irritación por el nivel de deterioro y los retrasos que habían acumulado las instalaciones ahora derribadas. Como si no hubieran tenido tiempo para planificar un traslado que llega con tantísima dilación, se producen improvisaciones inexplicables. Por ejemplo, los principales pasillos de la nueva carpa desembocan, en un extremo, en la calle Londres, en pleno paso de coches, camiones y furgonetas, no en una acera amplia y segura. Los que van a la plaza desembocan, casi sin darse cuenta, a diez centímetros del parachoques de un automóvil. Magnífico. A ver si alguien cae en la cuenta de cerrar al tráfico esa calle (ahora llamada Alcalá Galiano) por respeto a la vida humana.

Luego, podrían animarse con el resto del casco antiguo y con el tramo de Paseo Marítimo entre el Hotel Playa y la calle Neptuno (para montar un gran bulevar en el que aplaudir los ocasos). Ajolá.

Orad por el Oratorio

Al final han ganado todos. Todos, menos la gente. La Iglesia ha cerrado uno de los mejores contratos de alquiler de la historia moderna en el hemisferio norte. La Junta se ha colgado la medallita de entenderse con la Iglesia, pero el proyecto 2012 no cala. Faltan cuatro años y no hay un recinto acorde ni unos objetivos ilusionantes y claros. Lo de San Felipe Neri será un partidito «con montajes audiovisuales porque no hay espacio para otra cosa» (sic). Nadie sabe lo que quiere hacerse ni dónde. Ahora se habla de usar el Instituto Rosario pero parece de memos no atreverse a trasladar un colegio hasta un instituto vacío para, al final, convertir ese instituto vacío en el gran centro de investigación constitucional que pretendían montar en el colegio. Ni Groucho. Las cosas del Cádiz inmemorial que reconcilia a Chiqui con Rouco.

Eso sí, el culto se conserva para unas decenas de fieles. Los padres no tendrán que mandar a sus hijos a un colegio que está a la terrible distancia de 300 metros. La Junta queda bien con todo el mundo (su especialidad) y aquí no ha pasado nada. Ni va a pasar nada. Como siempre, nada. Otra vez, nada. Otro tren cargado de nada. Quizás el último.

I love Carmelo

Como esto último era un poco espeso y ladrillesco, coña para desengrasar. En el microcosmos de internautas gaditanos hay otra perla: el Bló del Carmelo. No sé quién es. Ni me importa. Su despelleje cáustico e irónico del gaditanismo carnavalesco talibán (en dialecto local profundo) es para miccionarse. O eso cree un creciente número de lectores. El que quiera probar: http://elmasgadita.blogspot.com