CRÍTICA DE TV

Tertulias

A Susana Griso se le ocurrió el otro día la extravagante idea de llevarme a su programa, Espejo público, en la matinal de Antena 3. Un servidor suele ir adonde le piden, primero por cortesía, y luego por vanidad. Además de que debo de ser el único crítico de televisión que saludó con alborozo la iniciativa de Antena 3 de vestir su matinal con un informativo pese a las pocas expectativas de audiencia, de manera que habría sido inconsecuente no acudir a la cita. El tema propuesto era esa sandez norteamericana de calificar para mayores de 18 años el viejo Barrio Sésamo. Usted no sabe cuánto le impresiona a un crítico de televisión asistir a un programa de la tele en directo. Para el común de los mortales ya suele resultar impresionante: por el tráfago de carreras por los pasillos, por los zafarranchos de iluminación, por las urgencias de plató. A todos esos sentimientos, el crítico añade una evidente impresión de riesgo físico, porque tu oficio consiste, entre otras cosas, en dar caña al mundo televisivo, y no sabes en qué esquina te vas a cruzar con alguien que te la tiene jurada.

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No hubo tal, por fortuna: gente muy cortés. Una vez en el plató, la sonrisa de Susana Grisso te recibe, te desarma y tú ya vas vendido. En estos programas cabe todo y lo contrario de todo: temas de actualidad tratadoscon acierto y, a la vez, escándalos planteados de manera que es imposible tomárselos en serio. ¿Esto es así porque esas gentes son malos profesionales? No: esto es así porque estás llenando horas y horas de televisión con un argumento distinto cada diez minutos . Para que al público no le dé tiempo a aburrirse, a cada uno de esos argumentos le corresponde un minidebate entre dos invitados fijos; en lo mío, lo de Barrio Sésamo, eran Javier Val y Massiel, que son a su vez como Epi y Blas. El debate consiste, en realidad, en sólo dos ideas, una por cada parte. Cuando sales, ya hay otro haciendo lo mismo que habías hecho tú. Te vas con la impresión de que dejas tras de ti el vacío. Afuera, sin embargo, alguien te dice que te ha visto, que hablas como Demóstenes, que das muy bien en pantalla. El vacío se llena de ego. Eso es la televisión.