COMPLEMENTO CIRCUNSTANCIAL

Don´t coach me

Yo fui, no me avergüenza decirlo, de las que vieron la primera edición de Gran Hermano con el espíritu sociológico que nos recomendaba Endemol. Nada dice en mi favor, porque también vi las demás ediciones, y Operación Triunfo y aquel denostado Bus que habría que recuperar aunque fuese para restituir a Manolo Medina, y Confianza Ciega donde Francine Gálvez nos enseñó que si hay algo que tira más que dos carretas son tres maromos en un yacuzzi, y Hotel Glam, y la Granja y Supervivientes, y Supermodelo -una lástima que se cuestione la tercera edición- y Factor X y todos los realitys que me han puesto por delante. Siempre desde el prisma sociológico y siempre con un mal disimulado complejo de superioridad al ver a tanto friki comiendo hormigas, haciendo edredoning, oliéndole los pies al de al lado, desfilando por los pasillos del Carrefour, cantando la bella y la bestia, como un inmenso universo de bufones dispuesto a recibir las laceradas carcajadas de la audiencia. Telebasura en estado puro. Programas educativos que refuerzan la autoestima del «yo nunca lo haría».

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Pero los gustos han cambiado que es una barbaridad y ahora triunfan los coach, una especie de terapia donde gente como usted y como yo confían a una estricta gobernanta la educación de sus hijos, su alimentación, su vida de pareja, sus costumbre, pasando de ser juez a ser parte, y asumiendo su culpa como parte del espectáculo. Soy lo que como nos recuerda continuamente que el colesterol pasa factura, ¿Qué desperdicio!, nos echa en cara que no se puede tener un solo cubo de basura, Manual de parejas nos quita la venda de los ojos y Supernanny, en el colmo del sadismo, nos demuestra que estamos criando salvajes.

No me gustan los coach. Ya sé que mi vida es una porquería, pero es mía. No necesito que me digan de dónde vienen mis problemas, lo que necesito es que me digan a dónde van.